Cuando hace tiempo leí “La edad de la ignorancia” y descubrí a María Alcantarilla, supe que se trataba de una de las grandes.
La recomendé muy seriamente entonces. Me impactó la manera en que hablaba de la necesidad de recuperar el instinto y la inocencia, como una filosofía de vida para sobrevivir en el mundo adulto o, mejor dicho, para ser más feliz y más real en él.
Si os acordáis, os contaba que en “La edad…” había un vaivén de géneros cuando la poeta hablaba en primera persona. Quienes me seguís sabéis que me parece importantísimo utilizar un lenguaje inclusivo no binario, ya que el lenguaje es realmente nuestra única arma para acabar con la lacra patriarcal. Además, mis lecturas siempre incluyen algún tratado sobre teoría de género. Pues bien, en esta ocasión los primeros versos ya nos hablan en un masculino “descarado”. ¿Estamos ante poesía queer? ¿Poesía que no entiende de géneros? ¿O que los entiende tan bien que los utiliza en cada momento según corresponda? Porque si hay algo de esto, me encanta: es algo que se añade a lo genial que ya me parecía la poesía de María antes.
Lo que aquí tenemos son poemas que tratan de la manera de explicarse las ausencias, de dar otra forma a la idea de la muerte, del no-retorno. Habla de lo que nos cuentan acerca de la pérdida, en contraposición a lo que sentimos llegado el caso.
p. 83
Pero ¿no es el dolor otra fisura,
otro modo de estar y de entender
que quienes viven
aún deben darle al mar todas sus olas?
En una entrevista concedida por la autora, explica que este poemario gira también en torno al “lenguaje como forma de construir, en primer lugar, una identidad y, en segundo lugar, un marco relacional con el resto de personas”. Esa forma de enfrentarse a la literatura me parece hermosa y muy necesaria. Así, la escritura es la manera de dar forma física a los pensamientos y conseguir hacer de todo eso algo útil, que parta desde dentro hacia fuera, y que sea verdad. “Introducción al límite” es, un poco, una manera de purgar (o de sanar) todo aquello que no digo porque fuera del marco poético, además de inentendible, perdería sentido (…) sigo siendo un poco abstracta, me parece que en este libro hay un esfuerzo por traer la idea a tierra".
El poemario se distribuye en cuatro apartados: “Umbral” hace las veces de bienvenida o declaración de intenciones; “Proyección de perspectiva” habla de cuestiones tan dispares y cercanas a la vez como son la maternidad, el odio entre los hombres, el mundo hostil en el que se desarrolla todo, los hijos no deseados, los recuerdos de la infancia, etc. En este apartado hay siete poemas cortos, mas uno largo y denso al más puro estilo Juan Carlos Mestre que brilla y roba el protagonismo al resto. “Punto de fuga” se divide en poemas cortos o muy cortos y lo que más encontramos son pequeñas reflexiones en torno a la muerte.
p.62 Sospecho que no nos conocemos, que existe entre nosotros una sombra parecida a la que el cielo proyecta en las tormentas
No tiene miedo a volver la mirada hacia las cosas menos amables. Por último “Un segundo después” analiza la forma en que morimos y sí, es un tanto tétrico y cruel, pero también realista al mismo tiempo.
p.69
Quizá la enfermedad sea otro lenguaje.
Quizá aquel hombre sepa
que ha llegado el momento
de intentar aprender un nuevo idioma.
Me sigue alucinando su control sobre el ritmo interno de los versos, su gusto en la elección de las palabras, el modo en que las encadena, como un baile. Cada vez veo que hay más defensores de esa pseudo-poesía que en realidad es un montón de juegos de palabras enlazados, afirman que como les conmueve, es poesía, y me pregunto si todos son filólogos o qué demonios pensarán entonces cuando se enfrenten a poesía de verdad. A un libro como este. En fin.
Sin duda, “Introducción al límite” supone una evolución con respecto a “La edad…”, aunque os prometo que ese poemario ocupa un espacio muy especial en mis estantes. “Introducción…” quizá sea una proeza técnica, una colección de textos más oscuros y maduros, en los que esa destreza de la que os hablaba, se hace más patente.
Además, aunque principalmente nos hable de muerte y enfermedad, que son lugares a los que habitualmente preferimos no mirar, también hay espacio para la ternura y la belleza en este poemario.
p.87
El milagro y su discreta persistencia
también es invisible.
Hay un hombre observando cómo un mirlo
defiende su terreno
mientras él se pregunta por la vida;
una anciana limpiándole la flema
a un marido lejano
que olvida cada día
hablar con su memoria
pero sabe a quién ama
y acaricia la sombra compartida
como un niño regala la torpeza.
Hay un perro lamiendo
la herida de su dueño, entre basuras,
y alguien mira con celo
la pericia animal y los afectos
como si esto pudiera consolarlo
mientras calla su voz y vuelve a casa.
Porque el milagro y su impúdico tamiz
de gallinita ciega
que nos muestra los pasos acertados,
mientras los desoímos,
inunda cualquier calle.
No es ciego aquel milagro que sucede:
también el corazón cierra los ojos.
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