lunes, 8 de enero de 2018

La edad de la ignorancia - María Alcantarilla


“La edad de la ignorancia” está galardonado con el Premio de Poesía Hermanos Argensola 2017. Si aún son de ese tipo de lectores que piensa que los libros premiados no tienen calidad, aquí traigo éste para desmentirlo. La poeta María Alcantarilla ha reunido en este volumen un buen puñado de poemas maravillosos que fascinan por su capacidad para crear imágenes con palabras y por su destreza con el uso del ritmo interno.

La carrera de María Alcantarilla se desarrolla entre la poesía y la fotografía: ha publicado otros poemarios como “Ella: invierno” (Valparaíso), “El agua de tu sombra” (Musa a las 9), “La verdad y su doble” (Sonámbulos) y la novela “Un acto solitario” (La Isla de Siltolá); pero también podemos ver en su Instagram (@m.alcantarilla) algunas de sus imágenes sugerentes en blanco y negro acompañadas de pies de foto evocadores.

Qué nos querrá decir nuestro niño interior
Hay algunos temas recurrentes en los poemas que se recogen en “La edad de la ignorancia”. Precisamente, la primera idea que se me viene a la mente al leer el título, es que hace referencia a la infancia, y es justo sobre la infancia y el concepto del niño interior sobre los que tratan algunos de los (mejores) poemas.

En este sentido, tenemos una serie de tres piezas (“La hija que no tuve”, 1, 2 y 3) que son sencillamente preciosas, una virguería, en las que la poeta se dirige al lector explicando las cosas que hace la hija que no tuvo cuando la observa. Son poemas extremadamente vitalistas y coloridos en los que reír, bailar y saltarse todas las normas impuestas. Me parece evidente que la poeta utiliza esa figura de niña fantasma que está porque la ve, pero no está al mismo tiempo, para referirse más bien a su niña interior, al instinto de vivir cada momento abstraída por aquella primera inocencia que hacía que todo fuera más real y más bonito, despojada de la capa gris de la vida adulta y sus miles de imposiciones sociales.

LA HIJA QUE NO TUVE (3)
La hija que no tuve me llama por mi nombre
y se desdice en todas las vocales.
Juega a confundir nuestros papeles
como el viento confunde nuestras caras
y amenaza con un nuevo bautizo cada día
y se acuclilla en pos de cada río.
La hija que no tuve me recuerda al ser
que un día fue niño en mí y fue misterio.
Al verla, me gusta convencerme de los días,
mirarla y ver en ella la verdad y los milagros.
La hija que no tuve trae a casa a los huidos
y les habla de la familia
con una mansedumbre
que recuerda más a un alma anciana.
Reparte los cubiertos
y separa las sillas del abismo
―y sirve el pan―
como si todos fuéramos iguales
y pudiésemos cambiar nuestro destino,
volver a reencontrarnos al comienzo
y cumplir al fin cada promesa.

Arte comprometido: intercambio de roles y género fluido
Algo más que me ha emocionado leyendo estos poemas es la forma en que la autora juguetea con la idea del intercambio de roles femenino y masculino. Sabemos que escribe una mujer porque el nombre que se nos muestra en la cubierta es femenino, pero eso no debería de interferir a la hora de llevar a cabo nuestra lectura. Algunos de los poemas hablan en primera persona del singular y en masculino, y de esa forma se juguetea sin miedo con el gender fluid, el intercambio de roles, se investiga el lado femenino y masculino que habita en cada uno de nosotros: estos poemas parecen indicarnos que dejemos que todo fluya y no nos pongamos barreras, que a fin de cuentas femenino y masculino es tan solo lo que se nos ha dicho que sea (un constructo social).

(…) Reconozco a menudo al hombre que me habita / y le saludo como a un nuevo convidado / a mi presente
*
(…) Yo mujer, / yo hombre de nadie y a quien nadie puede ver / mientras insisto en darme por vencido

Pasa algo entre las líneas de los poemas de María Alcantarilla: su control del ritmo es tan brutal que parece que escribiera añadiendo la letra a una partitura bien medida, tiene un manejo hipnótico del ritmo interno. Hasta el punto de que el tema que se trata en muchos poemas pasa a un segundo plano porque la imaginación del lector se queda bailando entre las letras. Son poemas que demuestran el trabajo que hay detrás de cada texto, y que no se trata solo de un momento de inspiración sino que incluso la elección de una u otra palabra en un poema puede ser clave para que el conjunto brille, o para dar al traste con la que podía ser una buena idea de partida.

Algunos de estos poemas son narrativos; otros, mucho más libres y evocadores. Pero no encontramos uno mediocre o malo, todos son increíbles.

UN DÍA DE LLUVIA
Hace falta algo más que un día de lluvia
para limpiar los pies de quien camina.
Algo más que descalzarse en los hogares,
descalzarse ante el amor y su resaca
como el mar inflamado
cuando el astro aspira a poseerlo.
Algo más que la miseria asaltándonos la voz
Mientras mentimos al otro y le mentimos
a quien somos y a quien fuimos;
hace falta algo más que una intención
para enjuagar el alma de temores,
algo más que dulcifique al vivo y al descalzo,
que nos ate el alma al pie
mientras la lluvia cae y nos recuerda.

Cuatro secciones y ningún prólogo
Lo complicado es encontrar un poemario que no esté precedido por algún prólogo. A menudo los poetas piden a sus colegas (a los que tienen un nombre más conocido, para que apadrine el libro, le aporte valor y sirva como argumento de venta) que escriban un prólogo para su próxima publicación. “La edad de la ignorancia” no tiene prólogo ni lo necesita, hay muchos libros que no necesitan ser explicados, ni ser precedidos de ningún tipo de texto introductorio: a menudo se toma al lector por tonto, se le añaden un puñado de páginas innecesarias. Hay prólogos estupendos y muy informativos, pero es también un arma de doble filo: un mal prólogo afea el libro como la mala elección de un sombrero, una corbata o un chaleco puede estropear todo un conjunto.

Simplemente, los poemas se agrupan en cuatro secciones, a saber: “Por descuido”, “El visitante”, “Las duraciones” y “La edad de la ignorancia”, que da título al libro. Como ya he indicado, todos los poemas me han parecido excepcionales, pero quizá sea el conjunto recogido en “El visitante” el que más me ha cautivado. Bajo este título se agrupan una serie de poemas que giran un poco en torno a esa idea de explorar tanto la parte femenina y masculina de cada uno de nosotros, y son poemas en los que la poeta explora a veces como un animal herido, o aturdido, o como una criatura que acaba de llegar y no conoce aún su entorno. Mira hacia fuera y hacia dentro, y si me ha transmitido esa sensación de desvalimiento es porque quizá no haga falta acabar de llegar al mundo para sentirse perdido, basta con hacerse las preguntas oportunas para que, en cualquier momento, toda nuestra realidad se desmorone.

Sea como sea, este poemario no tiene desperdicio, cada vez que lo releo encuentro nuevos matices agazapados. Ha sido una maravillosa coincidencia descubrirlo porque aún no había leído a la autora, de quien solamente me sonaba de lejos y de oídas su nombre. Por supuesto que a partir de ahora la tendré muy presente, desde aquí quiero lanzar mi enhorabuena a María Alcantarilla por un trabajo tan bien hecho. Recomiendo “La edad de la ignorancia” como una de las mejores lecturas poéticas que he tenido en mucho tiempo, y espero que la disfruten al menos tanto como yo lo he hecho.


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