lunes, 22 de enero de 2018

El entusiasmo: precariedad y trabajo creativo en la era digital - Remedios Zafra


Remedios Zafra ganó el Premio Anagrama de Ensayo en septiembre de 2017, con este tratado sobre el entusiasmo que hace una captura de la realidad, del día a día de todos aquellos jóvenes creativos o con una fuerte pulsión creadora que se dan de bruces contra las imposiciones del sistema para hacer de su pasión, su trabajo.

Es un libro extremadamente crítico con el sistema, que señala uno a uno los procesos que llevan a los creativos entusiastas a saborear la temida frustración, en un mundo gobernado por la popularidad en las redes sociales, donde ya todo parece estar inventado y triunfar es muchas veces copiar el modelo que ya se ha comprobado que funciona.

El deseo según Deleuze
Ya en la primera página encontramos la cita al concepto de “deseo”, que es clave en la obra de Gilles Deleuze, tanto que sirve como punto de apoyo al conjunto de su obra. Y es que hay algo en el fraseo de los primeros capítulos de la obra de Remedios Zafra, que de algún modo huele a Deleuze: las mismas estructuras narrativas, ese jugar con el lenguaje tan característico, la intención consciente de crear nueva realidad y nuevas teorías a partir de observarlas desde prismas nuevos...: si es cierto que creamos la realidad a partir de nombrar, ¿por qué no iba a ser posible dar lugar también a nuevas teorías cambiando la forma de nombrar o expresar las realidades?

Remedios Zafra deja fuera de este ensayo a toda esa gente que se enriquece con su obra creativa, de mayor o menor calidad artística. Creadores que por mil motivos han conseguido dar con la clave que les catapulte al éxito y así vender miles de libros, cobrar cantidades desorbitadas por un cuadro, vender ropa a los más ricos con diseños de precios inalcanzables, cobrar lo que un obrero cobra en toda una vida por una sola partitura, y así sucesivamente.

Continuamente se centra en el problema de la frustración, un sentimiento que desgasta y que es la forma de vida de un sector que ha visto cómo un trabajo precario que iba a ser tan solo el trampolín para conseguir sus sueños, se ha convertido en una inercia de la que resulta imposible escapar, porque no hay plan B y nada va a caer del cielo milagrosamente para pagar las facturas. Sueños frustrados por la guillotina del capitalismo hostil.

Entre líneas se percibe claramente la influencia que han tenido en la autora la maravillosa transgresión desvergonzada de Foucault y la narrativa contagiosa de Deleuze, que tiene la llave para abrir nuevas formas de pensamiento. Un vistazo a la bibliografía nos lo confirma.

La instrumentalización capitalista del entusiasmo
¿Cómo se valora el trabajo artístico? Veamos. Zafra deja a un lado a los que triunfan, como hemos dicho. Su objetivo es la denuncia de todo aquello que está mal, pero es que también huele a podrido en las galerías de arte que excluyen de forma consciente la obra de mujeres; en los coleccionistas que invierten en arte como puro objeto de capital; en el acceso reservado a determinados espacios artísticos elitistas; en el intrusismo, como pasa en casi todas las profesiones; en la proliferación de “bellartistas” titulados que no piden o se ganan sino que exigen su espacio en el mercado esgrimiendo títulos académicos como frágiles garantes de calidad, pero sin una obra sólida que les respalde y hable por ellos, etc.

En cuanto a la instrumentalización del entusiasmo, de forma repetida a lo largo de los capítulos podemos ver cómo Zafra denuncia el abuso real que existe hacia los creativos: la sociedad, en general, no valora el trabajo artístico por puro desconocimiento e incultura, y así sucede que se ofrece a músicos tocar en espacios sin cobrar, (recibiendo a cambio tan solo el acceder a una sala que les dé cierta publicidad), o a ilustradores a quienes se les piden diseños a cambio de nada, y así sucesivamente. Se entiende que, como es algo que se disfruta haciendo, no hay por qué hacer un pago añadido, en el goce creador el artista debe encontrar todo su pago, (no sabemos de qué manera se paga con eso el ticket de la compra, el alquiler de la vivienda o las facturas, etc).

La desigualdad de género va de la mano a la precariedad laboral, también en el sector artístico (o más especialmente si cabe): los trabajos creativos y los cuidados son tradicionalmente trabajos feminizados. Zafra denuncia que el sistema no evolucione en pos del bienestar de los individuos, sino que avance de una forma tan deshumanizante que tengan que ser las personas las que se adapten a los nuevos cambios para no acabar fuera del engranaje. La autora no se explica cómo los trabajadores, engañados, no se organizan para dinamitar el sistema, sino que se parapetan en nuevas formas de individualismo, no se dan por aludidos, y alimentan así una inercia que de momento les hace vivir peor a todos y que a la larga terminará por destruirles.


El mundo detrás de una pequeña pantalla
p.114 “Un niño mueve los dedos pulgar e índice de su mano derecha sobre el cristal de la ventanilla de un coche. Está sentado en el asiento de atrás y sus juguetes electrónicos se han quedado sin batería. El niño intenta ampliar la imagen de una vaca que pasta en el campo de afuera. Lo hace como si el cristal fuera su pantalla y la imagen real asible y manipulable, como si el mundo real estuviera allí representado y tocarlo le permitiera lograr un primer plano del animal. Desde que nuestro mundo viene cada vez más mediado por pantallas y los animales reales e imaginarios confluyen, allí donde un marco encuadra una escena móvil, late con fuerza la duda.”
Avatares que exigen ser actualizados, redes sociales hambrientas de contenido nuevo, una pantalla en todo momento delante de nuestras caras. ¿Hacia dónde nos lleva esto? Volviendo al trabajo creativo, a través de Internet se ha dado la vuelta a la tortilla, y mientras hace unos años unos pocos creaban para todos, ahora cualquiera, casi todos, creamos para todos, ya que nuestra obra digitalizada y expuesta on-line es capaz de llegar a cualquier lugar del mundo que tenga conexión a Internet.

Las personas creativas han canalizado su entusiasmo para dar forma a nuevos modos de crear en Internet y vivir de ello; el ejemplo de los youtubers como profesión nueva que hace unos pocos años no solo no existía sino que era impensable. Basta con tener una cámara y conexión a la red, ni siquiera hace falta bagaje cultural. Mucha gente triunfa grabando su día a día, exponiendo a su familia e incluyendo a menores (hay quien publica las grabaciones de sus partos y a partir de ahí, absolutamente todo). Las marcas se pelean por ellos, suben los cachés, vida de eventos y farándula, etc. Es solo cuestión de exponer tu privacidad hasta pasar el límite de lo ético y tener cierta gracia frente al objetivo.

Zafra incluye en este libro interesantes cuestiones tangencialmente relacionadas con el motivo de su ensayo. Por ejemplo, el arte utilizado por la masa aborregada como herramienta de evasión. Ella misma, como autora, ha vivido el momento en que sus lectores le piden que escriba libros que les entretengan y no les hagan pensar, algo que no por habitual deja de resultar desesperante.

Esa masa, que es la mayoría, son eternos adolescentes que no se enfrentan a su realidad y que sólo se dejan llevar por la inercia, sin hacer ningún esfuerzo por su crecimiento personal, como bien explicó Recalcati en su maravillosa obra “El complejo de Telémaco”, de esta misma Colección Argumentos. Zafra defiende a ultranza el trabajo creativo como medio para sacudir y crear conciencias, no tan sólo para entretener, y propone que se lleven a cabo nuevas formas de gestionar los procesos creativos para que el trabajo artístico no desaparezca, porque es absolutamente necesario para dar forma a una sociedad de la que podamos presumir.

lunes, 8 de enero de 2018

La edad de la ignorancia - María Alcantarilla


“La edad de la ignorancia” está galardonado con el Premio de Poesía Hermanos Argensola 2017. Si aún son de ese tipo de lectores que piensa que los libros premiados no tienen calidad, aquí traigo éste para desmentirlo. La poeta María Alcantarilla ha reunido en este volumen un buen puñado de poemas maravillosos que fascinan por su capacidad para crear imágenes con palabras y por su destreza con el uso del ritmo interno.

La carrera de María Alcantarilla se desarrolla entre la poesía y la fotografía: ha publicado otros poemarios como “Ella: invierno” (Valparaíso), “El agua de tu sombra” (Musa a las 9), “La verdad y su doble” (Sonámbulos) y la novela “Un acto solitario” (La Isla de Siltolá); pero también podemos ver en su Instagram (@m.alcantarilla) algunas de sus imágenes sugerentes en blanco y negro acompañadas de pies de foto evocadores.

Qué nos querrá decir nuestro niño interior
Hay algunos temas recurrentes en los poemas que se recogen en “La edad de la ignorancia”. Precisamente, la primera idea que se me viene a la mente al leer el título, es que hace referencia a la infancia, y es justo sobre la infancia y el concepto del niño interior sobre los que tratan algunos de los (mejores) poemas.

En este sentido, tenemos una serie de tres piezas (“La hija que no tuve”, 1, 2 y 3) que son sencillamente preciosas, una virguería, en las que la poeta se dirige al lector explicando las cosas que hace la hija que no tuvo cuando la observa. Son poemas extremadamente vitalistas y coloridos en los que reír, bailar y saltarse todas las normas impuestas. Me parece evidente que la poeta utiliza esa figura de niña fantasma que está porque la ve, pero no está al mismo tiempo, para referirse más bien a su niña interior, al instinto de vivir cada momento abstraída por aquella primera inocencia que hacía que todo fuera más real y más bonito, despojada de la capa gris de la vida adulta y sus miles de imposiciones sociales.

LA HIJA QUE NO TUVE (3)
La hija que no tuve me llama por mi nombre
y se desdice en todas las vocales.
Juega a confundir nuestros papeles
como el viento confunde nuestras caras
y amenaza con un nuevo bautizo cada día
y se acuclilla en pos de cada río.
La hija que no tuve me recuerda al ser
que un día fue niño en mí y fue misterio.
Al verla, me gusta convencerme de los días,
mirarla y ver en ella la verdad y los milagros.
La hija que no tuve trae a casa a los huidos
y les habla de la familia
con una mansedumbre
que recuerda más a un alma anciana.
Reparte los cubiertos
y separa las sillas del abismo
―y sirve el pan―
como si todos fuéramos iguales
y pudiésemos cambiar nuestro destino,
volver a reencontrarnos al comienzo
y cumplir al fin cada promesa.

Arte comprometido: intercambio de roles y género fluido
Algo más que me ha emocionado leyendo estos poemas es la forma en que la autora juguetea con la idea del intercambio de roles femenino y masculino. Sabemos que escribe una mujer porque el nombre que se nos muestra en la cubierta es femenino, pero eso no debería de interferir a la hora de llevar a cabo nuestra lectura. Algunos de los poemas hablan en primera persona del singular y en masculino, y de esa forma se juguetea sin miedo con el gender fluid, el intercambio de roles, se investiga el lado femenino y masculino que habita en cada uno de nosotros: estos poemas parecen indicarnos que dejemos que todo fluya y no nos pongamos barreras, que a fin de cuentas femenino y masculino es tan solo lo que se nos ha dicho que sea (un constructo social).

(…) Reconozco a menudo al hombre que me habita / y le saludo como a un nuevo convidado / a mi presente
*
(…) Yo mujer, / yo hombre de nadie y a quien nadie puede ver / mientras insisto en darme por vencido

Pasa algo entre las líneas de los poemas de María Alcantarilla: su control del ritmo es tan brutal que parece que escribiera añadiendo la letra a una partitura bien medida, tiene un manejo hipnótico del ritmo interno. Hasta el punto de que el tema que se trata en muchos poemas pasa a un segundo plano porque la imaginación del lector se queda bailando entre las letras. Son poemas que demuestran el trabajo que hay detrás de cada texto, y que no se trata solo de un momento de inspiración sino que incluso la elección de una u otra palabra en un poema puede ser clave para que el conjunto brille, o para dar al traste con la que podía ser una buena idea de partida.

Algunos de estos poemas son narrativos; otros, mucho más libres y evocadores. Pero no encontramos uno mediocre o malo, todos son increíbles.

UN DÍA DE LLUVIA
Hace falta algo más que un día de lluvia
para limpiar los pies de quien camina.
Algo más que descalzarse en los hogares,
descalzarse ante el amor y su resaca
como el mar inflamado
cuando el astro aspira a poseerlo.
Algo más que la miseria asaltándonos la voz
Mientras mentimos al otro y le mentimos
a quien somos y a quien fuimos;
hace falta algo más que una intención
para enjuagar el alma de temores,
algo más que dulcifique al vivo y al descalzo,
que nos ate el alma al pie
mientras la lluvia cae y nos recuerda.

Cuatro secciones y ningún prólogo
Lo complicado es encontrar un poemario que no esté precedido por algún prólogo. A menudo los poetas piden a sus colegas (a los que tienen un nombre más conocido, para que apadrine el libro, le aporte valor y sirva como argumento de venta) que escriban un prólogo para su próxima publicación. “La edad de la ignorancia” no tiene prólogo ni lo necesita, hay muchos libros que no necesitan ser explicados, ni ser precedidos de ningún tipo de texto introductorio: a menudo se toma al lector por tonto, se le añaden un puñado de páginas innecesarias. Hay prólogos estupendos y muy informativos, pero es también un arma de doble filo: un mal prólogo afea el libro como la mala elección de un sombrero, una corbata o un chaleco puede estropear todo un conjunto.

Simplemente, los poemas se agrupan en cuatro secciones, a saber: “Por descuido”, “El visitante”, “Las duraciones” y “La edad de la ignorancia”, que da título al libro. Como ya he indicado, todos los poemas me han parecido excepcionales, pero quizá sea el conjunto recogido en “El visitante” el que más me ha cautivado. Bajo este título se agrupan una serie de poemas que giran un poco en torno a esa idea de explorar tanto la parte femenina y masculina de cada uno de nosotros, y son poemas en los que la poeta explora a veces como un animal herido, o aturdido, o como una criatura que acaba de llegar y no conoce aún su entorno. Mira hacia fuera y hacia dentro, y si me ha transmitido esa sensación de desvalimiento es porque quizá no haga falta acabar de llegar al mundo para sentirse perdido, basta con hacerse las preguntas oportunas para que, en cualquier momento, toda nuestra realidad se desmorone.

Sea como sea, este poemario no tiene desperdicio, cada vez que lo releo encuentro nuevos matices agazapados. Ha sido una maravillosa coincidencia descubrirlo porque aún no había leído a la autora, de quien solamente me sonaba de lejos y de oídas su nombre. Por supuesto que a partir de ahora la tendré muy presente, desde aquí quiero lanzar mi enhorabuena a María Alcantarilla por un trabajo tan bien hecho. Recomiendo “La edad de la ignorancia” como una de las mejores lecturas poéticas que he tenido en mucho tiempo, y espero que la disfruten al menos tanto como yo lo he hecho.