lunes, 4 de septiembre de 2017

10 ingobernables: historias de transgresión y rebeldía - June Fernández


Llego a “10 ingobernables” gracias a las acertadas recomendaciones literarias de la actriz Amarna Miller. En este libro se cuentan diez historias recogidas por June Fernández entre 2012 y 2016 en diferentes lugares de España y América Latina. Todas ellas tienen en común una perspectiva feminista y un pasado de lucha y opresión machista y/o heteropatriarcal de mierda: historias feas de maltratos físicos y psicológicos sufridos por el colectivo oprimido formado por mujeres (agredidas por el hecho de ser mujeres), hombres gays (y hasta aquí los únicos cuya problemática tiene cierta visibilidad en la sociedad), lesbianas, bisexuales y personas no binarias, intersexuales y un largo etcétera.

p.7 Tiene barba porque su cuerpo de mujer es así. No le da la gana afeitársela.

Según avanzo en la lectura con los pelos de punta y el corazón encogido, me doy cuenta de que acercarme a estas historias es una necesidad para mí, suponen una fuerte dosis de cruda realidad y son un ejercicio de empatía en sí mismos. Recuerdan que hay muchas formas de ser humano, y que ser inhumano no es una opción válida.

p. 9 Cuando la escritora Jeanette Wintessen, recién cumplidos los dieciséis años, le contó a su madre que se había enamorado de una chica, esta le espetó: “¿Por qué ser feliz si puedes ser normal?”

“10 ingobernables” es uno de esos libros que da gusto sostener entre las manos, no sólo por su preciado contenido sino también por lo bien editado que está. Antes de cada capítulo nos ofrece una caricatura sencilla (todos los dibujos realizados por Susanna Martín) del personaje que va a protagonizar la siguiente historia, y es curioso verlo al principio sin que nos transmita casi ninguna información, y regresar a él después de conocer su odisea personal y haberle tomado cariño, algo así como ponerle cara a su historia a pesar de haberlo visto antes de tener datos.

p.42 Antar no nació en el cuerpo equivocado. La sociedad se equivoca cuando le exige que elija, que se posicione, que se identifique como mujer o como hombre, porque si no, es un monstruo.

p.45 Antar no quiere pedir permiso a la psiquiatría y tampoco quiere un cuerpo con cicatrices. No es su cuerpo el que hay que corregir.

Otra cosa que me gusta mucho de este libro, es que está plagado de referencias bibliográficas que enriquecen el contenido precisamente porque le añaden la posibilidad de seguir leyendo. Es palpable que su autora, June Fernández (Bilbao, 1984), creadora de Píkara magazine, es un gran referente en el feminismo español de los últimos años, cuyo trabajo visibiliza la realidad de mucha gente oprimida por un sistema social y político arcaico e inválido, que prioriza cuestiones políticas y económicas a las vidas humanas.

p.64 Como buenos okupas, no accedieron a la negociación. Juanita se recuerda abrazada a otras quince personas dentro del edificio, viendo cómo la pala de la excavadora se cernía sobre el techo de uralita. “Los policías nos cogieron una por una en brazos”, cuenta con coquetería, como si una parte de ella hubiera disfrutado de ese instante de película de Hollywood.

p.72 ―¿Cómo vas a pasar la Nochevieja, Juanita?
―Igual con las amigas del pueblo, pero tampoco me importa pasarla sola. Hago mis rituales.
―¿Qué rituales?
―Me los invento. Con el fuego es fácil. O hago como las brujas: me fumo un porro de más, y vuelo.

También me gusta de “10 ingobernables” la manera en que está escrito, con frases igual de descriptivas que emotivas, nos acercan a unas vivencias muy dolorosas pero con la dosis de humor necesaria para seguir luchando.

Leo historias de años de agresiones, de inexistencia o ineficacia de la justicia; historias en las que a la pobreza se unen gustos o formas de ser que se salen de lo normativo y que dificultan aún más el salir adelante mientras todo tu entorno te resulta hostil. Y sin embargo me siento incapaz de sentirme feliz por mis privilegios de mierda. Mi coeficiente intelectual, mis medidas corporales o el color de mi piel no me suponen conflicto alguno, no tengo carencias afectivas que me obliguen a entablar relaciones insanas, ni frustraciones internas que necesite desahogar con nadie. O bien establezco relaciones sanas y 100% libres, o hago planes a solas sin que nada ni nadie me impida disfrutar de mi libertad e independencia (home is wherever I’m with me).

Y sin embargo, salgo a las calles de Madrid, que se ha convertido en una selva de acoso sexual callejero, y lo más bonito que respondo a diario a los machitos de mierda, es que se mueran. Nunca una lesbiana me agredió por la calle, luego el problema no radica en el espacio que ocupo en el mundo o en la imagen que proyecto en público: el problema son los tíos. Nuestros privilegios como mujeres jóvenes, independientes, emancipadas, tatuadas y vestidas como nos da la gana, se transforman en un problema cuando tenemos miedo de volver solas a casa por la noche; o cuando incluso a plena luz del día y por el centro, se acerca de frente por la acera un tío y nos sorprendemos pensando “ojalá que no le guste, ojalá que no me diga nada”.

Tener inquietudes culturales e intelectuales no mejora mucho las cosas en según qué situaciones, una vez salimos de entre las estanterías: por ejemplo, la inmensa mayoría de nuestros ligues potenciales masculinos, sólo valoran unos cánones de belleza preestablecidos que a veces pueden ser matizados por filias personales (con las chicas funcionan otros códigos). En el caso de que nuestra materia gris les sirva como aliciente, lo hace en tanto en cuanto apuntarse el tanto cuenta doble, “Wow, he conseguido engañar a la sabihonda comelibros, +20”.

Leo otras realidades de la mano de June Fernnández y se reafirma mi capacidad para la empatía mientras pienso que a pesar de que mi vida no es perfecta, lo he tenido muy fácil. Pero también a veces siento que me ahogo y que me choco contra un techo invisible de cristal, soy humana y necesito desahogarme.

Mi absurdo privilegio por nacer en un lugar que no elegí, se acaba cuando viajo a algún lugar de fuerte tradición racista, o escucho según qué comentarios despectivos y de repente me siento guiri, paya, gallega, yuma, bárbara, extranjera; charnega en el ¿país? que inventó lo de sudaca y pan tumaca. Pero quién les ha metido qué coordenadas de qué fronteras a la gente. Tienen muchos motes para nombrarme todos aquellos a quienes yo solo veo humanos mientras sigo siendo incapaz de distinguir líneas raras en el suelo.

No soy tan pendeja (este término se usa en México y me hace gracia usarlo a veces) como para querer cambiarme la vida por la de quienes lo tienen absolutamente todo en contra, pero a la vez me siento incapaz de creerme superior a cualquier ser humano a causa de mis privilegios de mierda. Mis privilegios no me hacen feliz, o no soy feliz, en fin, a pesar de mis privilegios.

Este libro me ha hecho replantearme de nuevo muchas cuestiones y creo que es válido para una gran cantidad de tipos diferentes de lectores, así que lanzo mi recomendación para que a quien le apetezca la atrape al vuelo.

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