jueves, 2 de julio de 2015

Salvar las apariencias - Owen Barfield


Tenemos entre manos una obra rara, curiosa y llamativa, escrita por un autor londinense que no debería ser tan desconocido en nuestra lengua: Owen Barfield (1898-1997). Quizá sí suene más el nombre de los Inklings, el grupo de sabios de Oxford que se reunía en la taberna oxoniense Eagle and Child… pues bien, Owen Barfield fue el fundador de dicho grupo, que se componía de personalidades tales como J. A. W. Bennett, Lord David Cecil, Adam Fox, C. S. Lewis, Warren Lewis (hermano mayor de C. S. Lewis), J. R. R. Tolkien, su hijo Christopher Tolkien y Charles Williams, entre otros.

Así pues, con la publicación de este libro se salva una carencia sin duda espantosa de la industria editorial española: es imposible encontrar libros de este autor traducidos al castellano: tenía que ser una editorial tan esmerada y cuidadosa como Atalanta la que pusiera fin a esta sequía imperdonable. Gran parte de la obra de Barfield está dedicada al estudio de Rudolf Steiner, pero también encontramos libros de creación literaria, poética y narrativa. Quizá este sea el primer avance de un esfuerzo editorial para recuperar sus obras y poco a poco podamos dar la bienvenida a nuevos libros en castellano de este autor.


El hombre y la Naturaleza

En esta obra, Barfield se encarga de buscar en la Historia los motivos por los cuales la relación entre el hombre y la Naturaleza es tan distinto actualmente en comparación con el momento en el que se comenzó a poblar el planeta. Y no sólo por qué ha variado, sino cómo influye en todos los demás aspectos de la vida el hecho de que ambos se hayan escindido de una forma tan marcada y artificial.

No resulta muy sencillo avanzar en la lectura de este libro si no se tienen ciertos conocimientos filosóficos y literarios, debido a las continuas referencias que se hacen a lo largo del texto, y también por el uso de una terminología compleja en ocasiones. Pero como bien explicó Barfield a C.S. Lewis en una conversación que aún hoy se recuerda: “la Filosofía no es una materia, sino un camino”. Así pues, cada uno puede recorrerlo adaptándolo a su velocidad y a sus necesidades.

Para aclarar un poco más el contenido de “Salvar las apariencias”, diremos que no se trata de un libro sobre metafísica, sino que se sitúa en paralelo a la evolución de las ciencias de los últimos siglos, y que trata de explicar las consecuencias que se desprenden de esa evolución que aún hoy se mantiene imparable.


Miremos un arcoíris

Cuando Barfield se refiere al hecho de “salvar las apariencias”, quiere decir (resumido de una forma excesivamente simple) que existen fenómenos (apariencias) que se nombran para explicarlos y acercarlos (salvarlos) al hombre: este libro trata de explicar cómo afecta el lenguaje a la relación que se tiene con los fenómenos: hasta qué punto el hombre interactúa o no con ellos. El arcoíris es el ejemplo que toma para comenzar a explicar sus teorías. (Para saber más, el libro se puede empezar a leer aquí).

Owen Barfield era católico, según se desprende de las notas biográficas que circulan por la red. Sin embargo, en este libro no lo manifiesta abiertamente, si bien cita numerosos extractos de la Biblia, y los últimos capítulos se centran en las religiones con el cristianismo a la cabeza. Pero no deja de resultar curioso que precisamente se encargase de estudiar, entre otros temas, el de la relación entre los hombres y los fenómenos, puesto que a este respecto la Iglesia da unas órdenes muy claras a sus fieles (quienes deben creer a ciegas sin cuestionar nada): que todo fue creado por su dios y que nadie debe ponerlo en duda, pues incurriría en pecado.

Así pues, resulta curioso, como decía, que Owen Barfield se abstraiga de su condición de humano por un instante y revise cuidadosamente la Historia para determinar en qué momento el hombre tomó conciencia de sí mismo como un ser (erróneamente) independiente de la Naturaleza. Esta perspectiva sería más lógica desde un punto de vista pagano, pero en todo caso nunca nos atreveríamos a poner en tela de juicio su validez. Sus referentes son brutales y su narrativa, muy convincente. Queda a juicio de cada uno aceptar o no sus conclusiones.


El lenguaje y los fenómenos

Hacia la mitad de “Salvar las apariencias”, Owen se centra en el estudio del lenguaje: en concreto, en cómo se explica la aparición del lenguaje en tanto en cuanto hacía alusión directa a los fenómenos que rodeaban al hombre, y cómo ese lenguaje le permitía interactuar con ellos.

Cuando se refiere a la sabiduría griega como cuna del pensamiento occidental, asegura que si atendemos a los matices de la lengua griega descubriremos signos incuestionables de una participación viva en la Naturaleza, y que es precisamente esa participación la que permitió a los griegos la creación de las obras escultóricas, que aún hoy conocemos, con esa calidad sobresaliente, y no solo por el hecho de tener una gran habilidad manual para crearlas. Esta participación en la Naturaleza, asegura, en el mundo actual se ha perdido totalmente, porque antiguamente el hombre formaba parte de la Naturaleza de una forma que hoy nos resulta difícil de concebir.

Se trata de una obra compleja pero que aporta un punto de vista que se aleja de las doctrinas actuales: resulta enriquecedor sobre todo porque nos obliga a intentar ponernos en la piel de los primeros hombres que poblaron la Tierra, en un ejercicio de empatía casi imposible a pesar de que pertenezcamos a la misma especie. Y es que ha pasado tanto, tantísimo tiempo, que a pesar de nuestros instintos, y nuestra supuesta memoria atávica, ya no podemos deducir fácilmente cómo pensaban. 

Pero este libro es un recorrido en la historia, y también tenemos ocasión de situarnos por ejemplo en la Edad Media, una época supuestamente oscura, para imaginar cómo veía el mundo alguien que sufría las influencias de esos siglos, tan distintos a los de ahora. Los esfuerzos se caracterizan porque acarrean satisfacciones, y la que se desprende de leer este libro no es pequeña. 


“ Las raíces [de las palabras] son el eco de la propia naturaleza resonando en el hombre. O, mejor dicho, el eco de lo que una vez sonó y se formó en ambos al mismo tiempo.


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