Sucede que cada vez con más frecuencia me topo con erratas en letra impresa. Y no por ello soy capaz de acostumbrarme, o de blindarme frente a la violenta impresión que me genera el hecho de encontrarme alguna.
Los libros son un material que tiene sus propias normas y a veces no sabemos cómo actuar frente a algunos casos: porque, si advierto que una prenda de ropa que he comprado presenta un defecto de fabricación, me la cambiarán por otra en la tienda o me devolverán el dinero, pero sería absurdo cambiar un libro por otro de la misma tirada, que contendrá exactamente las mismas erratas, y pocas librerías devuelven el dinero. Menos lectores aún perderían su tiempo en cambiar un libro defectuoso.
Hay una idea generalizada que asegura que alguien que lee mucho difícilmente cometerá faltas de ortografía. Yo creo que es un error. No es suficiente, para aprender a escribir correctamente primero hay que estudiar gramática. Una pequeña gramática de bolsillo para repaso en los viajes de metro puede ser de gran ayuda. Hay quien hace sudokus, luego, por qué no.
Precisamente me he topado con seres que presumían de una redacción impecable y aseguraban leer cantidades ingentes de libros pero que, sin embargo, en la práctica no sabían diferenciar la coma del punto y coma, o confundían la y con la ll en todo momento y ocasión en que tuvieran que utilizarla. Porque uno puede argüir que la b y la v están juntas en el teclado: cualquiera puede pulsar por error en un momento dado. Bueno, con gesto de disconformidad, esto se acepta. Pero: ¿la y y la ll?, ¿cuál es la excusa... cuál? Por todos los cielos.
Cuando uno compra un libro de una editorial desconocida y remota, antiguo además, o incluso, impreso fuera de España, ha de ser absolutamente consciente de que se encontrará con errores ortotipográficos. Pero hoy mismo estamos en un momento en el que editoriales punteras con reseñas en el mismísimo Babelia (que, ya saben: es lo más) se permiten la desfachatez de poner a la venta libros con más de 30 errores (que yo haya localizado, me baso en un caso real, una novedad editorial que está hasta en la mismísima sopa –de letras–). ¿Qué está pasando?
Como todo lector debería saber, los “libros” digitales no pasan corrección: quizá sí en unas pocas editoriales, pero desde luego no es la costumbre habitual. Esto sucede porque, en el proceso de fabricación de un libro, el texto corrido que pasa el propio autor, una vez que se decide su edición, primero se maqueta (resumiendo mucho el proceso) y es sólo una vez maquetado cuando los correctores (de estilo y ortotipográfico) ejecutan su trabajo. Como los “libros” digitales se ponen a la venta sin maquetar, no pasan corrección. Así, los lectores compran archivos de ordenador que el editor sólo ha tenido que poner a disposición del público en formato digital: resumiendo, ya digo.
Pero todos confiábamos en que los libros de verdad (o impresos) seguirían dando ejemplo de corrección y estilo, rebosando refinamiento y buen hacer, aún a pesar de la invasión digital, la nueva moda. ¿Será la crisis, que en las editoriales recorta en correctores? ¿Será que ellos han olvidado cómo hacer su trabajo? Sea lo que sea, algo sucede.
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Dejar de leer los mensajes atestados de fallos y rebosantes de falsedad alarga la vida y la dulcifica sobremanera. Es algo que cada uno puede poner a prueba en su casa sin peligro alguno, y aseguro que da resultados inmediatos muy satisfactorios.
Observo que es habitual ignorar que “ti” nunca jamás lleva tilde. Nunca, nunca. Ni aunque den ganas. O que “delante suya”, “detrás nuestra” y demás construcciones similares con posesivos y adverbios de lugar también son siempre incorrectas y suenan tan mal como el “me se” de las abuelas (no todas las abuelas, no todas), no cuesta nada sustituir por “delante de él” o “detrás de nosotros”, por ejemplo. La secuencia p-o-r-q-u-e, cómo no, requeriría un artículo específico aparte. Y los que dicen “ej que”, ¿también lo escribirán de esa manera? Pero, por favor, si insertar esa j tan forzadamente resulta mucho más costoso que optar por una s liviana e inocua... ¿por qué, por qué lo hacen?
Y qué decir del “solo” de Javier Marías, que tanta polémica ha generado desde que la R.A.E. decidió reducir de forma drástica el número de “infractores” permitiendo absurdamente que no llevase tilde nunca. Cuando es tan sencillo como añadirle tilde cuando sustituye a “solamente” y dejarlo sin ella cuando, aún significando “solamente”, por el contexto no pueda dar lugar a equivocarse con “solo (sin compañía)”. Ay.
Desde que los escritores prefieren los 140 caracteres de Twitter antes que un estupendo e interminable papel en blanco, nada es lo que era. ¿Desde cuándo un creativo elegiría ponerse cortapisas a sí mismo? Visto de este modo, resulta llamativo y bastante absurdo, ¿no creen? Pero hay que estar en la onda, y para estarlo, hay que seguir al rebaño. Luego, Twitter. Y así, el mundo se llena cada vez más de bufones que pugnan por erigirse el más gracioso del mundo. El más gracioso comprimido. En 140 caracteres, claro. Y, si el mensaje no entra, se cambian unas qu por unas k, se eliminan todos los signos de puntuación, se cambia alguna b por una v con las prisas, y se sirve muy frío el plato de frase deconstruida. Huelga decir que tras unos meses mandé al carajo mi cuenta de Twitter. Por el hartazgo, que no por el conjunto.
Escribir mal o escribir bien no es algo malo o bueno en sí mismo: es sólo una opción de vida como cualquier otra. Cada uno elige. Y será siempre el reflejo de lo que uno emite cuando habla. Lo que sí exijo como lectora es que los libros que compro hayan seguido un cuidadoso proceso de fabricación, al igual que cualquier otro objeto de consumo. No todo el mundo ha nacido con las habilidades para ser cirujano, o conductor, o cualquier otro: tampoco cualquiera es capaz de escribir bien, o de corregir textos, aunque se esfuerce. Son profesiones que no deberían realizarse como hobby. Aunque no haya vidas en juego. O quizá sí: por menos ha habido homicidios.
Me quito el cráneo. Bsos. D.
ResponderEliminar¡Gracias! :*
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