sábado, 30 de octubre de 2010

"Cómo liberar tigres blancos" - Isabel García Mellado


El olor de un recuerdo.

Isabel García Mellado se supera, con creces, con su segundo poemario "Cómo liberar tigres blancos". Si ya en "Tic tac, toc toc" hechizaba con su capacidad de jugar con el lenguaje y crear un universo propio dando un sentido increíble y personal a las palabras que usamos todos, ahora va mucho más allá: consigue generar en el lector una sensación de angustia y a la vez -contradicción- la necesidad de retomar la lectura para evadirte de esos pensamientos que irremediablemente te invaden.

Una imagen para definir estos poemas, siguiendo un poco la estela del libro, sería algo así como una mano helada y azul que me presionó la garganta mientras leía (también un rato luego) y que susurraba en voz muy baja "Que esto no sólo te pasaba a ti, idiota..."

Como muestra, un pequeño fragmento, pero es que hay que leerlo.

(...)

aquí cabe otro cuerpo,
una ciudad de estrellas,
la yerba hecha instrumento,
el horizonte
aquí parís descansa con todos sus colores,
londres enciende neones,
berlín sigue creciendo
la noche avanza deslizando sus ruidos
como una marea con sus peces
el brillo de este cuerpo se rebela y después hierve,
alguien
desde algún sitio al final de una calle
se da cuenta y se vuelve
la persona en la que resido acurruca los nidos
en el refugio azul que contienen sus sueños,
apaga la luz con el origen de sus manos
y piensa en el sentido de lo inmenso:
plata, fogón, lluvia, sendero

sábado, 23 de octubre de 2010

"El palacio de hielo" - Tarjei Vesaas


Te prometo que sólo pensaré en ti.

A veces, no hace falta nada más: una mirada, cuatro ojos centelleantes bajo las pestañas, y las palabras sobran. Una amistad firme y sincera, inamovible, férrea, no ha de forjarse durante años, necesariamente. A veces algo imperceptible, pequeño, ese brillo en la mirada, basta.

(...) Me parece que estás tan cerca que podría tocarte, pero no me atrevo. Me parece que me miras cuando estoy acostada en la oscuridad. (...) No hay nadie más. Mientras estés fuera, nunca olvidaré lo que he prometido.

Además de a la amistad, "El palacio de hielo" es un canto a la naturaleza, al bosque y al lago nevados, y al hielo: el escenario perfecto para una historia con el vacío y la pérdida como protagonistas. Posee un lirismo y una sensibilidad abrumadores, que evocan continuamente a la literatura oriental (a pesar de ser su autor noruego). Como muestra, una joya en forma de poema (único en toda la novela) cuyos últimos versos asemejan a un haiku japonés:


Sueño sobre puentes nevados

La nieve cae ahora con mayor intensidad,
La manga blanca de tu abrigo se vuelve blanca.
La manga de mi abrigo se vuelve blanca.
Están entre nosotras como
puentes nevados.

Pero los puentes nevados están helados.
Aquí dentro hay vida y calor.
Debajo de la nieve tu brazo cálido
es un dulce peso sobre el mío.

Nieva sin cesar
sobre puentes silenciosos.
Puentes que nadie conoce.

sábado, 16 de octubre de 2010

ayer teñí de color sangre mis sueños.
y no queda nada sagrado que me divierta ya.

viernes, 15 de octubre de 2010

BITTERSWEET.


Querer y no poder.


La salsa de los rollitos de primavera.


Ver pasar cosas maravillosas tras la ventana, pero no poder tocarlas.

Arder por dentro las palabras no pronunciadas a tiempo y aun así, permanecer en silencio para no quebrar el hechizo, aunque escueza.


Miel y limón.


Soñar y despertar.


Uvas con queso.


sábado, 9 de octubre de 2010

"La niña que amaba las cerillas" - Gaétan Soucy

Mi hermano y yo tuvimos que hacernos cargo del universo, pues una mañana, sin avisar, poco antes del alba, papá entregó su espíritu.


Esta primera frase no es uno de esos comienzos pretendidamente hipnóticos que te animan a seguir leyendo un texto que en realidad no está a su altura. No. Es así todo el tiempo. Por eso este libro es como una pesadilla que me persigue, una imagen que no se va, desde que lo leí por vez primera; a veces, como ahora, he de volver a él.

La voz narradora es la revelación de quien no conoce nada más allá de una casa aislada y el terreno que la rodea, su descubrimiento de un trocito más de mundo, y de su hostilidad. Esa voz extraña es a veces complicada de descifrar pero está tan cargada de intensidad y sensibilidad que resulta hermosa y merece la pena escucharla.


(...) A la pregunta qué hacen las campanas, invariablemente respondía ding, dong, porque no me dejaba sorprender y ésa era la respuesta, pero nunca había hecho relación con las resonancias que llegaban de vez en vez cuando el viento soplaba desde el pinar hacia la casa: siempre había creído que ese ruido nos venía de las nubes, algo como la música que hacen al mezclarse unas con otras o chocando suavemente como vientres hinchados, qué sé yo, pero allí caí en la cuenta de que era desde siempre el tan famoso ding dong de las campanas de la iglesia, ¿cómo podría haberlo adivinado? No hay campanas en el campanario de la capilla de la propiedad, no soy ningún profeta. El descubrimiento me emocionó tanto que, sin esperar ni preguntarme más, me senté como hombre solo en el suelo, me parecía un sonido tan triste que sollocé por la tristeza del sonido, porque él también venía de la tierra y las nubes nada dicen a menos que truenen.


...y mi dificultad para seleccionar pasajes. Transcribiría tantos.


(...) Si mi hermano me mirara así más a menudo, la vida sería igual que un bosque encantado.


Pero no nos vamos a engañar, no se trata de un libro agradable. Es perturbador, inquietante... no es fácil de describir.

Finalmente, mi fragmento favorito. Es posible que incluso pueda recitarlo de memoria:


(...) El abejorro era en realidad una máquina complicada como no se veían en nuestra propiedad, dejando de lado el órgano de tubos que he nombrado con el tema del suplicio de mis pantorrillas. Estaba constituido por dos ruedas, es todo cuanto de ello os puedo decir, y lo montaba un caballero cubierto con casco, que me crea el que quiera, y cuando el caballero descendió el bramido calló, tal como os lo digo. El caballero estaba vestido de cuero de pies a cabeza, y cuando alzó sus gafas y su yelmo, que mantuvo sujetos bajo el brazo, mi corazón dio el salto que dan las ranas cuando se tiran al agua, pues aquél eras tú, mi bien amado, magnífico con el brillo sombrío y resuelto de tu lanza en ristre.

lunes, 4 de octubre de 2010

Madrid, jueves, 7 de octubre.

"Memorias circulares del hombre-peonza", de Carlos Salem. En los Diablos Azules.

sábado, 2 de octubre de 2010

En el mostrador de la biblioteca (otra vez).

Si algo me entusiasmaba del regreso a las aulas tras los largos veranos eran los listados de lecturas obligatorias (así como el olor del papel de los libros nuevos, del plástico transparente que los cubría, la expectación ante un cambio tras la monotonía veraniega, el temblor ante un nuevo curso lleno de baches y pruebas que debería superar para salir indemne, las reuniones tras la salida de clase, los juegos, los muchachos...) Por eso, asisto impávida a la conversación que tiene lugar ante el mostrador de la biblioteca de mi barrio:

-Búscame éste -ordena una Señora al bibliotecario-. Después, comenta a su amiga (vecina?, cuñada?, madre compañera de espera a la puerta del colegio?). Es que es una tontería comprarlo. Luego lo leen una vez y ahí se queda muerto de risa.

Me callo. Pero me dan ganas de gritarle.
Señora, no hace falta que mienta, prefiere tomarlo en préstamo y ahorrarse el importe en la librería. No mienta, insisto, es lícito y las bibliotecas están ahí para algo...
Y no se engañe, Señora, los libros no mueren de risa en las estanterías sino que permanecen vivos, latentes, hasta que una mano les da una nueva oportunidad algún día.
Y no se ofenda, Señora, pero los libros que obligan a leer, para bien o para mal, siempre se recuerdan, si su hijo es mínimamente sensible gustará de tenerlos a mano cuando cumpla más años.
Y no se enfade, Señora, pero más le valía a Vd. seguir las recomendaciones de los maestros de sus hijos porque el libro que lleva en la mano, insisto Señora no se enfade -y al igual que a Vd.- más le valía quedarse riéndose en un estante. Y, se me olvidaba. Señora, por dios. Cierre el pico. Esto es una biblioteca.

*

(...) Y usted, señora telefonista, salió anoche con un joven recién conocido y que parece encantador, terminó la velada demasiado tarde para un día laborable y está que se cae de sueño, pero la ensoñación lo combate y se pasará el día esperando a ver si él la llama, así que el día se le presenta lleno, más que otros, porque nada los llena tanto como la espera de algo, y al despedirse se besaron.

"Ustedes", de Javier Marías; en "Los villanos de la nación".

Cal y arena.

Mi hermana
me da la gran noticia

estoy embarazada,
vas a ser tío

y tras la euforia,
los gritos y los besos

no puedo remediar
recordar que no estás,
darme cuenta de que
no vas a conocerlo,
darme cuenta de que
no podemos
compartir esta noticia
contigo

porque no me vale lo de
desde donde esté, él se alegra.

Sólo siento que te echo de menos.

Aprovecho para darte la noticia
Papá, vas a ser abuelo

y no te preocupes,
ya me encargaré yo
de que se sienta orgulloso
de ser tu nieto.