Esta tesis doctoral convertida luego en un éxito de ventas, centra su punto de mira en las costumbres de los jóvenes de los años 40 y 50.
Para haber sido escrita en los 80, ya me parece lo bastante reivindicativa con las costumbres que narra: es una obra fundamentalmente crítica. Desde el punto de vista actual, los jóvenes de aquella época se presentan rematadamente ñoños. Las mujeres: soñadoras, pacientes, calladas, profundamente vigiladas y totalmente desinformadas acerca de todo lo relativo al sexo opuesto; los hombres: frívolos y despreocupados, con libertad para tontear con chicas antes de tener novia formal, casarse y formar una familia al uso. Supongo (y espero) que hubiera de todo, en ambos casos. Que esta visión de Carmen M. G. solo sea una generalización. Porque el resultado general que se desprende es bastante desalentador. Qué no podrá surgir de esa generación de jóvenes reprimidos. Desde luego, con el paso de los años, la sociedad de desenfreno en la que nos encontramos.
Sin embargo en el fondo la idea de lo que el hombre y la mujer representan parece no haber cambiado tanto, aun tiene que avanzarse mucho en eso. Por suerte son ya muchas chicas las que estudian todo tipo de carreras, ocupan puestos importantes en las empresas y asumen un rol en las mismas condiciones que los chicos dentro del hogar.
En cuanto a los usos amorosos, que yo sepa, ha dejado de estar mal visto que sea la mujer la que se lance y dé el primer paso para empezar una relación, decidir poner fin a la misma o incluso pedir el matrimonio.
Sinceramente, no me imagino estar encerrada en una sociedad a la que le parece mal que te quedes en casa estudiando, leyendo, antes que salir de fiesta para "coquetear en un guateque" o que todo lo que aspirase aprender en un aula fueran las 4 reglas, coser, cocinar, rezar y poco más. Dan escalofríos.
Como muestra, un romántico fragmento situado en un marco inmejorable:
"(...) Por ejemplo, en la Plaza Mayor de Salamanca, las chicas paseaban en el sentido de las manecillas del reloj, mientras que los chicos lo hacían en el sentido contrario. Como quiera que el ritmo del paso fuera más o menos el mismo en ellos y en ellas, generalmente lento, ya se sabía que por cada vuelta completa a la Plaza se iba a tener ocasión de ver dos veces a la persona con quien interesaba intercambiar la mirada, y hasta se podía calcular con cierta exactitud en qué punto se produciría el fugaz encuentro. "Me toca por el Ayuntamiento -se iban diciendo para sí el paseante o la paseante ilusionados- y luego por el café Novelty." Con lo cual daba tiempo a preparar la mirada o la sonrisa de adiós, cuando se trataba ya de un conocido. Los chicos que se acercaban a un grupo de amigas para "acompañar" a alguna de ellas, lo hacían cambiando de dirección e incorporándose al sentido de las manecillas del reloj, nunca sacándolas a ellas de su rumbo para meterlas en el contrario. Por eso, si un muchacho por el que estábamos interesadas no aparecía en el lugar calculado, podía ser porque se hubiera ido ya, porque se hubiera metido en un café, o porque en aquel trecho hubiera decidido cambiar de sentido para acompañar a otra chica más afortunada."
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