viernes, 29 de mayo de 2020

"Días en blanco" - José Luis Sampedro


Cuando supe que Plaza & Janés iba a publicar un volumen con la poesía completa de José Luis Sampedro, no me lo podía creer. Es uno de esos regalos de vida que una ya no espera: el maestro murió en abril de 2013 y de eso han pasado ya siete años (quién lo diría: es verdad que el tiempo vuela). ¿Por qué ahora? Y, sobre todo: ¿por qué no en vida? Las fechas que acompañan a los poemas indican que los más recientes fueron escritos en el ya lejano 1985. Hasta 2013, ¿acaso no hubo tiempo y oportunidades de publicarlas? Es obvio que sí, lo que también parece indudable es que el autor nunca las consideró dignas de ser publicadas. Entonces, ¿por qué los herederos de su obra deciden ahora sacarlas a la luz, a pesar de que esto contradiga visiblemente la voluntad de su legítimo autor? Según Olga Lucas, porque de lo contrario las habría destruido en vida:

"Las obras que de verdad no se desean [sic] que vean la luz tras el fallecimiento, no se dejan ahí, al albur de lo que decidan los demás. Salvo en caso de muerte repentina en edad temprana, resulta difícil entender que un autor conserve manuscritos hasta el final de sus días, si está seguro de que no deben ser publicados. (...) Los estudiosos y seguidores de la obra de José Luis Sampedro deben conocerla".

Es cierto que me siento afortunada de tener este libro entre las manos. Pero a la vez me sobrevuela la duda del oportunismo editorial y el dilema ético me reconcome. La excusa de que el autor las guardó con demasiado cuidado para no querer publicarlas me parece floja, más aún cuando se contradice explicando que tuvo ofertas editoriales firmes "cuando ya era conocido y admirado...". A pesar de mis reticencias, el libro ya está conmigo y no voy a evitar perderme entre sus páginas.

José Luis Sampedro era un hombre muy sencillo a pesar de ser una eminencia en áreas muy diversas del conocimiento, así como una mente adelantada a su época y profundamente bondadosa y libre. Así son sus textos poéticos: naturales, sinceros, inocentes. Extasiados ante una naturaleza que observa sin descanso y con reverencia. También anota pensamientos recurrentes acerca del amor (casi siempre ensoñado, no vivido), en general encontramos grandes celebraciones por la existencia de cosas muy pequeñas. Contemplación y recuerdo de caricias, el susurro de voces revividas, un adiós entre las manos, niños jugando, la primera sonrisa, etc.

He tenido la sensación de que la primera parte (que corresponde al ciclo de la Guerra Civil española) es un poco más débil, literariamente hablando. Probablemente esté condicionada por la ordenación cronológica de los textos, que en este caso me han parecido pruebas de escritura, desahogos muy sencillos, quizá incluso el resultado de una técnica de "calentamiento" antes de ponerse a escribir prosa, que es el formato en el que se sentía cómodo y se había profesionalizado. También, pareciera a veces cuaderno de viajes e impresiones a vuela pluma, da la impresión de ser escritos in situ cuando la inspiración desencadena un pensamiento, o viceversa.

Hay una obsesión por la primavera durante todas sus fases vitales. El inverno es observado como una opresión, un enemigo al que hay que soportar inevitablemente, a disgusto. La primavera, en cambio, es la plenitud, la felicidad.

Se trata en general de poemas muy descriptivos, prosa poética del instante, en ocasiones. Personalmente prefiero una poesía que comience con versos llanos y de pronto se transforme en palabras vertiginosas, casi surrealistas, oníricas, con tintes épicos. Pero estos poemas no parece que traten de impresionar a nadie, simplemente son el testimonio de la palabra sincera de su autor, diría incluso la prueba de su nobleza. En esa sencillez he encontrado pruebas de su buen hacer literario, con perlas como este fascinante "yo no le digo al mar que el viento es siempre verde en la rama del sauce" (p.133):


[A veces]

A veces,
quisiera ser humilde: solo cosa pequeña.
Pluma de golondrina o caracola.
Algo limpio y menudo, para toda una vida
sin dolor, sin problemas.

Por eso, yo no le digo al mar
que el viento es siempre verde en la rama del sauce.
Yo no le digo al mar
que hay ríos entre árboles.

No le digo que el agua
es a veces espejo
de unos seres tan tiernos, tan sencillos,
como ala de paloma, como mano de niño.


Quizá sea casualidad, no lo sé, pero el poema de la página 128, por donde abrí por casualidad el libro la primera vez, se ha convertido en mi favorito de lejos. Pertenece al ciclo de Melilla en 1938, un año en plena Guerra Civil española, y sin duda evoca los horrores de la guerra y es una profunda, terrible y hermosa reflexión sobre la muerte. "Has muerto, niño, como lo querías. Ya pueden apagarse las estrellas..."


[Niño. La muerte prematura]

1.
¿Qué visiones terribles presenciaste en el mundo
que te quedó la boca tan llena de ceniza,
niño?

Viste de pronto
                      ¿qué?
¿La espalda de la luna?
¿Tu alma entre las manos de los hombres?
¿Viste la decadencia de tus alas?
¿Por qué esa prisa, di, por qué esa prisa
de quererte morir?

Solamente querías
morir, morir. Igual que si temieras
que todo fuera próximo a caerse
sin que tuvieras tiempo de morir.
¡Morir aprisa, aprisa! Que se muere
lo bello antes que yo.

Has muerto, niño, como lo querías.
Ya pueden apagarse las estrellas.
¡Y gracias por haber brillado tanto
y tan bien, mientras él
vivía y las contaba!

2.
¿Qué ángel te reveló todo el secreto?
¿Tenías alas más blancas que los otros?
¡Tan blancas, sí, sin duda,
que al conocer de pronto los reveses,
te quisiste morir!
Tan blancas, que no pudo ser posible
el verlas marchitarse y caer sus plumas
como pétalos viejos.
Tan blancas que por eso fue preciso
enseñarte de golpe como una desgarradurael secreto mortal.

Y, ¿para qué vivir, si lo sabías?
Si sabías que tan solo se vive
para morir, y todo lo demás
es una interrupción, es un obstáculo.
Perdiste
la fuerza de vivir, que es el querer
vivir.

Pero aún me maravilla
cómo pudiste verlo así: tan fácil,
tan claro. Inapelable.

Solo así pudo ser. Toda tu vida
se volvió contra ti.
Y tu pulso latió para morir
solamente. Y tus músculos
le decían un sí, con sus esfuerzos
a la próxima muerte.
Tus labios se secaban, en la angustia
de repetir tu profesión de muerte.
Yo me quiero morirSin llegar a morir tan deprisa
como querías.

3.
Ya has muerto, niño, como querías.
Como querías, sí. Pero
                                   ¿Acertaste?
Ese mismo secreto que tú sabes
lo aprendí yo también, pero despacio.
Rompiendo con los dientes la amargura
de esa sabiduría.

Tú no me entenderías. Pero el mundo
no es nada solamente hecho de blanco.
No es nada, si no sabes
que solo en el dolor somos hermanos
los hombres con los vientos y los mundos.
No es nada si no sabes
que nada es tan igual como un pájaro muerto
al puñito crispado de tu afán de morir.

¿Acertaste? Es posible que la vida no sea
sino compensación a los que no tenemos
las alas tan excelsas.
Y así no somos dignos de morir enseguida.

Dejando a cada cual el dilema moral por la conveniencia o no de esta obra póstuma, cualquier lector incondicional de Sampedro puede estar de enhorabuena, si deja a un lado los prejuicios éticos y se decide por la lectura. Personalmente, considero que incorporo una pequeña joya atemporal a mi biblioteca, mientras me permito emocionarme una vez más recordando el instante en que tan cariñosamente cogió mis manos entre las suyas aquella feria del libro de hace ya tantos años, en otra vida.

domingo, 17 de mayo de 2020

"El mundo y mi cámara" - Gisèle Freund


Gisèle Freund tuvo una larga y muy azarosa vida. Nació en Berlín en diciembre de 1908 y antes de terminar sus estudios de Sociología, jovencísima, en 1933 tuvo que huir a París para evitar ser asesinada a manos de los nazis. Tenía 25 años pero ya disponía de una cámara de fotos, su futuro entre las manos.

En París continuó sus estudios hasta finalizarlos, y comenzó a obtener dinero a cambio de sus fotografías. También se hizo un hueco entre los círculos intelectuales que se movían en torno a la calle Odéon, entre las librerías de Adrienne Monnier y Sylvia Beach (de esta última, también se publicaron sus memorias en la misma colección de Ariel, y es otra joya de libro).

Destruyeron su pasaporte y estuvo perseguida por la policía debido a su origen alemán y a unas sospechas sobre el tipo de fotografías que realizaba: su vida pendió de un hilo durante años, y sin la ayuda de Monnier, sus profesores universitarios y demás personas influyentes de su entorno, lo más probable es que hubiera sido encarcelada, deportada, o asesinada. Durante aquella época en París, conoció al inmortal círculo de artistas que al poco tiempo se diluyó por culpa de la guerra (huyeron, les deportaron, se suicidaron, les mataron…): Walter Benjamin, Alix Guillain, Bernard Groethuysen, Jean Paulhan, André Gide, Paul Valéry, André Malraux, T.S. Eliot, Ernest Hemingway, James Joyce, Sartre y Simone de Beauvoir, Léon-Paul Fargue, Colette, Giacometti, Le Corbusier, Jean Cocteau, Leonard y Virginia Woolf… ¡qué privilegio de modelos, y qué lujo también el de ellos ser retratados por la cámara de la gran Freund! 

Resultan interesantísimas las frecuentes reflexiones de la autora al respecto de la imagen que de sí mismas tienen las personas (a todas les gustaban los retratos ajenos y nunca los propios, llenos de defectos), y en concreto las reticencias de ser retratados quienes se dedicaban a la literatura, que solían preferir que su rostro quedase en las sombras y que fuera solo su obra la que trascendiera: como si dejarse retratar fuera una invasión, como si cedieran esa parcela de su vida privada para que, al igual que su obra, también fuera consumida. Qué habrían opinado todos estos grandes pensadores de la exposición actual en redes sociales, donde la tendencia es que el principal objeto de consumo sea el/la propio/a artista, su modo de vida, su familia y las marcas a las que publicitan más o menos directamente. 

Freund, además, durante aquel tiempo terminó una tesis sobre un tema hasta entonces inexplorado, la historia de la fotografía en el siglo XIX. Solamente existían publicaciones técnicas, y nadie aún se había preguntado sobre la influencia de este nuevo arte en las vidas de las personas, “su relación con los rasgos sociales de la época que la había visto nacer, es decir, con el ascenso de la mediana burguesía en la Francia del siglo XIX. Dicha clase ascendente necesitaba nuevas formas de expresión ligadas a sus gustos y sus medios. La invención de la fotografía les permitió poseer y transmitir su propio rostro de forma barata”.

La Segunda Guerra Mundial determinó una nueva etapa en la vida de la fotógrafa: en la vida de millones de personas. “El 10 de junio de 1940, el Gobierno abandonaba París. Tres días más tarde, la víspera de la llegada de las tropas alemanas, partí al alba en bicicleta, porque los trenes ya no circulaban. Até a la bicicleta mi pequeña maleta, la misma que traje a mi llegada a París siete años antes. Me refugié en un pueblecito de la Dordoña. Cuando me enteré de las cláusulas del armisticio, que entregaba los refugiados alemanes a la Gestapo, supe que debía irme de Francia como fuera. Victoria Ocampo me consiguió un visado argentino, pero todavía tardé más de un año en obtener los papeles necesarios para llegar a la ribera de Río de la Plata. Era la segunda vez en mi vida que debía iniciar una nueva existencia, aunque esa vez estaba armada: tenía un oficio.”

Esta última parte de la biografía narra las peripecias de la autora como reportera fotográfica. Ella había sido testigo del poder de la manipulación de las imágenes cuando el mundo, en ese sentido, era mucho más inocente de lo que al poco tiempo se convirtió, ahora ya sin duda completamente corrompido. Argentina, Chile, Perú, Bolivia, Brasil, Ecuador… multitud de países fueron objeto de sus fotografías. Su popularidad fue en aumento y ante su cámara desfilaron personajes como Evita Perón (de quien no titubea al mostrar un recuerdo muy controvertido en sus memorias), Frida Kahlo, Diego Rivera, Eisenhower o Vladimir Nabokov. En 1948 firmó un contrato con la agencia Magnum Photos y trabajó junto a Robert Capa o David Seymour. 

Llegados a este punto, ¿es necesario aportar más datos para estallar de indignación? Todos los nombres de los artistas varones nos suenan, nos han llegado: ¡pero el de la mismísima Gisèle Freund permanece en el olvido! ¿Quizá (ojalá) sea que a mí no me ha llegado, pero que sí sea conocida?, pensaba mientras alucinaba leyendo su biografía: el de Freund es uno de tantos nombres que permanecen bajo la alfombra del olvido patriarcal. ¡Qué rabia!

Gisèle Freund posa junto a algunos de sus retratados. Fotografía tomada de GettyImages, link aquí

Las últimas páginas de la biografía terminan explicando la rápida evolución de la fotografía en pocos años, la digitalización e informatización de los archivos, la irrupción de nuevos soportes más duraderos, así como la “democratización” de la fotografía a medida que los precios se abarataban y las cámaras fotográficas eran accesibles a mucha gente de diferentes clases sociales alrededor del mundo. También denuncia la cantidad de robos que sufrió y las consecuentes pérdidas económicas por infringirse la propiedad intelectual de sus fotografías.

La biografía, escrita por la misma Freund en 1970, es breve y evita referencias a su vida personal: en muy pocas ocasiones se hace referencia a un hermano, y no se sabe mucho más de su familia, parejas, etc. Se centra por completo en su historia profesional y su maravillosa visión del mundo desde esa perspectiva. Gisèle Freund murió de un ataque al corazón en París el 30 de marzo del 2000, hace exactamente 20 años y poco más de un mes. Sirva esta humilde reseña para reivindicar su nombre y asociarlo al resto de artistas de su generación que no cayeron en el olvido.


sábado, 16 de mayo de 2020

"El libro del té" - Kakuzo Okakura (fragmentos)



«La primera taza me humedece los labios y la garganta, la segunda acaba con mi soledad, la tercera registra mis entrañas yermas sólo para encontrar en ella cinco mil volúmenes de extraños ideogramas. La cuarta taza me causa una ligera sudoración, y cuanto de nocivo hay en la vida se disipa a través de mis poros. Al llegar a la quinta taza estoy purificado, la sexta me lleva al reino de los inmortales. La séptima... ¡ah, pero no podría tomar más! Tan sólo siento el hálito del fresco viento que me alza las mangas. ¿Dónde está Horaisan? Dejad que me lleve allá.»

«[El té] le llegaba al alma como una llamada directa, cuyo delicado sabor amargo era como el que deja en la boca un buen consejo.»

«La sala de té, llamada sukiya en japonés, no pretende ser otra cosa que una cabaña, una choza de paja, como nosotros la llamamos. Los ideogramas originales del término sukiya significan "morada de la fantasía". Más adelante los diversos maestros del té sustituyeron varios caracteres chinos, de acuerdo con su concepto de la sala de té, y así el vocablo puede significar "morada del vacío" o "morada de lo asimétrico". Es una morada de la fantasía en la medida en que se trata de una estructura efímera construida para albergar un impulso poético. Es una morada vacía porque carece de ornamentación, excepto lo que se coloca en ella para satisfacer alguna necesidad estética del momento. Es una morada de lo asimétrico porque está consagrada al culto de lo imperfecto, dejando a propósito alguna cosa sin terminar a fin de que la complete la imaginación.»

«Entre nosotros el té llegó a ser más que una idealización de la manera de beber, para convertirse en una religión del arte de vivir. La bebida acabó por ser una excusa para el culto de la pureza y el refinamiento, una función sagrada en la que el anfitrión y el invitado ponen juntos en escena la suprema beatitud de lo mundano. La sala de té era un oasis en el monótono desierto de la existencia, donde los fatigados viajeros podían reunirse para beber del manantial común de la apreciación artística.»

«La ceremonia era un drama improvisado cuyo argumento se tejía en torno al té, las flores y las pinturas. Ningún color fuera de lugar alteraba el tono de la sala, ningún sonido trastornaba el ritmo de la acción, ningún gesto desbarataba la armonía, ninguna palabra rompía la unidad del entorno, todos los movimientos se llevaban a cabo de una manera sencilla y natural... tales eran los objetivos de la ceremonia del té. Y, por extraño que parezca, a menudo se conseguían. Detrás de todo ello se encontraba una filosofía sutil: el teísmo era taoísmo disfrazado.»


martes, 5 de mayo de 2020

"Cervantes y Lope: Vidas Paralelas" - Mary Shelley


Contexto
Puede que seguir hablando de Mary Shelley en 2020 resulte fuera de lugar, agotado, marchito. Para mí sigue siendo una fuente de inspiración a la que, al menos por ahora, no le veo el fondo. 

La publicación en 1792 del manifiesto de su madre, Mary Wallstonecraft, “Vindicación de los derechos de la mujer” sigue siendo un punto al que no dejar de mirar. La continuación de su legado por su hija, Mary Shelley (1797-1851) también es ejemplar, somos muchas las que nos sentimos herederas de esas líneas de pensamiento y actuación.

Basta con que prestemos atención a las fechas en que vivieron y escribieron, observadas desde este 2020 convulso y apocalíptico. Los tiempos nunca han sido favorables a las mujeres, pero plantarles cara ha sido posible siempre… siempre y cuando se tuvieran agallas para ello, y la educación y formación juega un papel clave. Es cierto que ellas disfrutaron de fácil acceso a la cultura, pero también lo es que no dudaron en aprovechar ese privilegio para allanar el camino a las que venían detrás.

Hay grandes obras literarias que nos hablan de la maldad intrínseca del ser humano: “El Señor de las Moscas” de William Golding, “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad, “El proceso” de Kafka, “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury, “El Señor de los Anillos” de J.R.R. Tolkien… hay muchos, estos además son excepcionales. Con esto quiero decir que la opresión y la crueldad, disfrazadas actualmente de patriarcado, explotación animal y laboral, están y van a seguir estando: la maldad es intrínseca al ser humano. 

Pero plantarle cara está en nuestra mano, hacer todo lo posible desde nuestras decisiones informadas personales, porque lo personal, como ya bien hemos aprendido, es político.

El caso es que Mary, madre e hija, lo hicieron, le plantaron cara y por eso son ejemplo.

Cervantes y Lope
Originalmente este fue un libro de semblanzas más extenso, que incluía más autores y que se tituló “Literary Lives”, era una serie de biografías de escritores para la Cabinet Cyclopaedia de Dionysius Lardner, una iniciativa editorial en la que colaboró Mary Shelley y que respondía a la creciente demanda cultural por el aumento de la alfabetización en Inglaterra a comienzos del siglo XIX.

Tras la muerte de su pareja Percy Shelley, Mary se centró en sus trabajos literarios a fin de mantener al único de sus hijos que había sobrevivido, así como en luchar para que su suegro (que nunca compartió la ideología ni los matrimonios de su hijo) accediera a otorgarle a su nieto la herencia que le correspondía. Y lo consiguió.

Mary aprendió latín, griego, francés e italiano, las lenguas extranjeras más en boga en su época. Pero además, durante su estancia en Livorno aprendió español, quizá no al mismo nivel que las otras lenguas pero sí al suficiente como para leer a los clásicos y consultar obras de crítica contemporánea.
Era una enamorada de Cervantes y Lope, es por eso que Calambur eligiera estas dos semblanzas para componer este pequeño volumen. Ambas semblanzas están muy bien entretejidas, de modo que la vida de penurias de Cervantes se contrapone a la grandilocuente de Lope. 

Pero no me interesaba tanto ahondar en estos dos autores como buscar entre líneas a Mary: en ambos casos se desprende de los textos su intensidad conmovedora, era una entusiasta de las letras y vivía apasionadamente sus emociones. Se extasiaba investigando la literatura de los autores que más admiraba y así lo plasmaba en sus textos, exactamente lo mismo le sucedía con la observación de la naturaleza. Sabía transmitir esa exaltación de una forma inteligente y contenida, eligiendo siempre muy bien las palabras. Nunca se cansó de aprender y formarse, sirva también eso como ejemplo ahora.

El libro está muy bien prologado (eso es una rareza en los tiempos que corren) y anotado, y da gusto tenerlo entre las manos; forma parte ya de la preciosa sección “Villa Diodati” de nuestra biblioteca casera.