sábado, 15 de septiembre de 2018

"Yo también soy una chica lista" - Lucía Lijtmaer


Yo no tengo el carnet de feminista. El feminismo, teoría y movimiento social (no el postureo efectista y hueco propio de redes sociales) lo considero algo no solo necesario sino imprescindible para mantener los logros que ya se han conseguido y seguir mejorando la vida de las mujeres y su posición en la sociedad que las ningunea y aparta, hasta conseguir un equilibrio y justicia reales que ya no lo hagan necesario nunca más (sé que no viviré para ver ese día).

Pero no tengo el carnet de feminista primero porque eso no existe y segundo porque ante todo soy una persona profundamente racional y curiosa que investigo por mi cuenta y leo para sacar mis propias conclusiones acerca de todo lo que me afecta o interesa. Y hoy en día, tener una opinión que no se ajuste al hashtag de moda que sea el trendig topic del momento… no es muy popular. No me interesa, no hago ningún esfuerzo por encajar en esta sociedad superficial y poco analítica.

El caso es que analizo las cosas que pasan en mi entorno, observándolas sobre todo a través de lo que leo en los libros. Y no trato de defender a ultranza todo lo que diga o haga una mujer por el hecho de serlo (porque en eso no consiste el feminismo). 

Creo que Lucía Lijtmaer quiere decir con este título divertido e irreverente, (que da lugar a pensar que se trata de un libro de humor, más aún con esa ilustración tan infantil y anodina) que ser feminista es lo contrario a ser idiota. Y estoy de acuerdo, aunque parezca muy reduccionista: porque sin el filtro morado, nos las cuelan como goles. Ser feminista es no dejarse avasallar, no rendirse ni agachar la cabeza por ser mujer, no ser más esa “chica o niña buena que obedece” como nos han enseñado (para nuestra desgracia) a todas desde pequeñas. Feminista entre otras cosas es elegir, decidir, pisar fuerte y avanzar en la dirección que realmente queremos cada una, no seguir paso a 
paso y por obligación ningún camino pautado.

Es un poco lo que Roxane Gay cuenta en “Mala feminista” (Capitán Swing, 2016), aunque a ese libro le falta el alma guerrera que sin embargo desborda en “Por qué no soy feminista: un manifiesto feminista” (Los Libros del Lince, 2017) de la amazona Jessa Crispin, jefa máxima.

Hay, en fin, casi tantas interpretaciones y variables válidas en el feminismo como chicas listas, informadas y bien documentadas. Cada una hemos nacido en un entorno diferente, en un país o sociedad distintos, cargamos con nuestra propia mochila de experiencias a la espalda: no somos las mismas ante un mismo estímulo, o el estímulo se multiplica en tantas variantes como destinarias tenga. Esto no es malo, siempre que el objetivo de todas sea el mismo: velar para que gocen de sus derechos y privilegios hasta los individuos más vulnerables de la sociedad. ¿Las mujeres? No, de hecho son los animales: a las mujeres se nos trata como la mierda pero de momento no se nos fabrica en granjas para exprimirnos o vendernos descuartizadas. Pero no veo movimientos feministas claros en este sentido a los que adscribirme. Así que hace unos años me hice vegetariana y vivo de forma coherente a mis convicciones. Cambiar las mentes no está en mi mano, no ser una humana de mierda, sí.

Lucía Lijtmaer utiliza el humor como herramienta para hacer llegar su mensaje. Esto puede ser problemático porque se trata de un tema muy sensible, no en vano cada pocos días tenemos noticia de un nuevo asesinato machista: por no hablar de la vida de mierda que llevan muchas mujeres maltratadas por hombres.

Asumir consciencia feminista lo llama Lijtmaer “darse el golpe en la cabeza”. Es lo que en círculos feministas se conoce como “ver con gafas moradas” (el morado es el color oficial del movimiento feminista), cuando te das cuenta es imposible parar de detectar el machismo en todos los ámbitos de nuestra vida, y es que vivir sin ser conscientes nos hace peligrosamente vulnerables ante abusos de todo tipo (desde que cualquier tarado te grite comentarios por la calle, a que un compañero de trabajo te mande callar para que hable otro tío, o a que tu novio te suelte un puñetazo). Si bien es cierto que ser conscientes nos hace dejar atrás esa falsa tranquilidad de quienes viven inconscientemente y ajenos a todo, con la ignorancia como escudo de la cruel realidad.

Pero ya hemos decidido que no queremos ser idiotas desinformadas que solo abren la boca para escupir perlitas del tipo “ni machismi ni feminismi”.

Hay cosas de este libro que no me convencen. Lo peor es esa cadencia y estructura de monólogo de club de la comedia, de humor barato para lerdos (un poco a lo Caitlin Moran, a la que cita en alguna ocasión, claro, debe ser su musa), no lo aguanto. Cargado de repeticiones y con guindas finales que resumen con una gracieta cada capítulo. Arg. Ni me gusta el formato ni lo veo apropiado para hablar de feminismo con toda la complejidad y gravedad que conlleva. Otra cosa es que cada vez que aporta datos reales para dar más peso y veracidad a sus afirmaciones, se abre un recuadro y aparece el terrible título de mierda “MOMENTO CIFRAS”. ¡Cada vez!

Lo cierto es que, como lectora compulsiva y consumidora de cultura, ya estoy cansada de esa proliferación interminable de “feminismos para principiantes” que abundan en las librerías. Me molesta la falta de rigor y el bajo nivel académico y cultural en general: por favor pasemos ya a Paul B. Preciado o Judit Butler, no pido milagros, solo dar un pasito más. No digo que haya que leerlo todo desde Mary Wallstonecraft, pero sí un poco de madurez: muchas cosas que nos pasan, nos pasan por idiotas, y la desinformación y la baja formación están directamente relacionadas con ser idiota y maleable, vulnerable, inmaduro y presa fácil. La formación autodidacta es interesantísima sobre todo teniendo en cuenta las carencias de los planes de estudio reglados, y las bibliotecas públicas las financiamos entre todxs. 

Un tema muy clave en este libro es la educación sentimental. Lijtmaer se da cuenta de que creció viendo películas románticas y que normalizó la dependencia emocional y todo tipo de maltrato machista. Hoy son las 50 malditas sombras y mañana será otra basura. Y aún hay quien lo defiende porque “hay que leer de todo y mientras sean libros que se lea cualquier cosa”. Lo cierto es que este tipo de productos conforman estructuras en las mentes más vulnerables que se están desarrollando (y cada vez la sociedad es más pueril y sigue en fase de permanente desarrollo mucho después de la mayoría de edad). Recomendar esto es condenar a las chicas a una posible relación de alto riesgo que puede acabar en el cementerio. El problema es que este tipo de subproductos no se leen siendo conscientes de la pedazo de mierda que tenemos entre las manos, no: existe un perfil lector que sólo lee este tipo de carroña, y que se excita sexualmente con las escenas de violencia machista. Pues, ¿qué milagros vamos a esperar después de esto? 

Cuando se normaliza la dependencia emocional y el maltrato machista, como decía, luego en la vida real no se detectan los avisos, no saltan las alarmas. Yo misma he crecido con esas falsas promesas de lo que sería la vida adulta en cuestión de relaciones, y me ha costado años, decenas de lecturas y muchos malos ratos hasta deconstruirme, desaprender todo lo innecesariamente aprendido, y convertirme en la persona que quiero ser.

Que no me haya fascinado “Yo también soy una chica lista” no significa que no lo recomiende, ya he alertado de los aspectos con los que no estoy de acuerdo. No es ninguna maravilla pero bueno, tiene su aquél: le pierden las formas pero el contenido en esencia es muy pertinente. Lo que he hecho más bien, es poner este libro como excusa porque era la manera perfecta de hacer una reseña para desahogarme. Sed muy felices.


viernes, 14 de septiembre de 2018

"Chéri" - Colette


Qué puedo decir sobre Chéri. Es definitivamente el libro más hermoso que he leído en 2018. Delicado, elegantísimo, tierno y cruel a partes iguales. Es la elegancia en forma de novela. Entre las páginas de Chéri se puede acariciar la textura de las telas, el olor de las flores y adivinar los colores del cielo. Chéri es tremendamente francesa. Es belleza, lirismo. Muy francesa.

"Chéri negó con la cabeza. Silbaba mientras se colocaba frente al espejo alargado, justo a su altura, como solía hacer en el que había entre las ventanas del dormitorio de Léa. Pronto, en el otro espejo, un macizo marco dorado encuadraría, con las luminosas paredes rosas de fondo, el reflejo de su cuerpo desnudo o drapeado de seda vaporosa, el fastuoso reflejo de un joven apuesto, amado, mimado, feliz, jugando con los collares y las sortijas de su amante… «¿Quién sabe? Puede que el reflejo del muchacho ya esté allí, en el espejo de Léa…». Este pensamiento irrumpió en su ensoñación con tanta fuerza que, confundido, creyó haberlo oído realmente.

Trata sobre la relación que mantiene una pareja con una gran diferencia de edad entre ambos. Capta perfectamente la inmadurez de una vida de ricos despreocupados en una zona cara del París de los felices años 20. Una relación caprichosa y atípica que avanza a trompicones y a destiempo.

"En cuanto volvió a ser dueña de sí misma, se sentó, se secó la cara y volvió a encender la lámpara. «Bueno ―se dijo―, ya sé qué me pasa». Tomó un termómetro que había en la mesa de noche y se lo puso bajo la axila. «Treinta y siete. O sea que no es físico. Es tristeza. Algo habrá que hacer».

Chéri es ese frasquito de perfume que tu abuela ha guardado en el fondo de una vitrina durante décadas. Chéri es el momento exacto en que lo encuentras. 


miércoles, 12 de septiembre de 2018

"Walt Whitman ya no vive aquí" - Eduardo Lago


Más allá de David Foster Wallace

Eduardo Lago es considerado uno de los mayores referentes en cuanto a literatura norteamericana se refiere. Su conocimiento en la materia estriba, en gran parte, en su labor como traductor. Ha traducido a muchos de sus principales referentes literarios, como por ejemplo a David Foster Wallace, Philip Roth, John Barth o Don DeLillo. 

Este volumen no es tanto un ensayo al uso (académico, riguroso, estructurado, impersonal) sino un híbrido que incluye también la visión de su autor (personal, subjetiva, sesgada) con respecto al trabajo de los autores que analiza, a lo que se añade algo así como una suerte de diario de trabajo, anécdotas de los autores, etc.

“Walt Whitman ya no vive aquí”, comienza con una conversación inédita con David Foster Wallace, el autor maldito de “La broma infinita” y otros librazos. La charla es la mar de interesante, con preguntas y respuestas muy lúcidas e informativas, esclarecen muy bien quién es cada uno de los participantes, es un texto buenísimo para dar comienzo a este libro tan particular. Especialmente llama la atención el nivel al que hablan sobre literatura, y también el hecho de que no hablen de otros temas (no tan extraño en entrevistas con escritores). Las respuestas de Foster Wallace no se quedan en la superficie, se esfuerza y ahonda mucho en el contenido de lo que cuenta, también es palpable que se crea un clima magnífico entre ellos y que esto hace que se abra más a seguir hablando.

Más adelante hay lugar para mucho más D.F.W., es innegable la pasión que Lago siente por la obra de este autor. En general, y como veremos, hay una familiaridad muy bonita, una cercanía muy especial, entre Lago y sus autores de referencia, a quienes parece sentir como parte de su familia. 
También hay un lugar para comentar la obra de los autores más crípticos o tradicionalmente más difíciles (Pynchon, Gaddis, el mismo Foster Wallace o DeLillo, quienes a su vez se influencian de otros como Joyce, Navokov o Beckett).


La mujer en la literatura norteamericana

Hasta aquí, todo son autores hombres. ¿Dónde están ellas? ¿Siguen encerradas en casa a la sombra de antipáticos maridos que firman sus textos por ellas? No será hasta la página 53 cuando encontremos una explicación a este fenómeno:

Entre los integrantes de los cuartetos elegidos por Wallace y Bloom no figura una sola escritora, lo cual invita a pensar. No es cuestión de corrección política. Cualquier intento de jerarquización en función del género del autor carece de sentido; más bien es cuestión de mero equilibrio.

A esto le sigue una larga digresión de por qué incluir o no a tal o cual autora que se pueda equiparar a los autores ya citados. Está claro que no es cuestión de corrección política: es cuestión de machismo, que no solo está presente en las librerías, sino también mucho antes, en los círculos literarios y editoriales desde que el patriarcado impera en la sociedad. Si se las ningunea, desprecia, hace a un lado, ignora… claro, no están. Página 55: 

La obra de Morrison es un proyecto sólido, unificado por un singular tratamiento de temas que tienen como centro la experiencia afroamericana vista desde la perspectiva de la mujer (...)

¿Y qué otra perspectiva iba a tener, si la autora es una mujer? Para detectar de forma fácil cualquier presunta “machistada”, basta con darle la vuelta al género de la frase: nunca veríamos escrito “la experiencia afroamericana vista desde la perspectiva del hombre”, ¿verdad? Sería una redundancia. La visión masculina es la establecida y fundamentalmente válida; la femenina, sin embargo, es algo exótico y pueril, por lo que se incide sobre ella destacando que proviene de una mujer.

Siguiendo en esta línea, el capítulo dedicado a Sylvia Plath resulta estar en realidad dedicado “al fantasma de Sylvia Plath”: quien resulta ser el protagonista es su marido Ted Hughes, quien nunca escribió de forma brillante (esto es una opinión personal como cualquier otra, ya que no soy capaz de empatizar con su tono ni con su contenido) y probablemente sólo le conocemos por haber sido el marido de Sylvia Plath. ¿No resulta doblemente absurda su inclusión en este libro de literatura norteamericana… ¡puesto que era inglés…!?

Más adelante, en la página 289 y refiriéndose a la inaprehensible y maravillosa Emily Dickinson, nos sorprende con la siguiente sentencia: “El terror a disolverse, expresado de un modo que sólo lo puede hacer una mujer”. Y poco después, en la página 293, y siguiendo con E.D.: “a la altura de Walt Whitman, cuya lectura le fue prohibida por escandalosa y cuya voz estruendosamente viril se encuentra en las antípodas de la suya”.

Así que 250 páginas después, ya no es que “cualquier intento de jerarquización en función del género del autor carece de sentido”. Ahora, sí, parece ser. Influye el género del autor y además el texto también tiene género, es viril o es femenino. ¿Sabría alguien explicarme qué es lo uno y lo otro? Se da la casualidad de que este libro se publica en 2018, cuando la revolución de la identidad y del concepto de género está en plena revisión y apogeo, el feminismo está más “de moda” que nunca y resulta imposible no alertarse ante sesgos machistas en cualquier ámbito.


Visita al cementerio y la pseudo literatura

Hay algunos fragmentos que me han gustado mucho, como algunas anécdotas históricas de la ciudad de Nueva York, más o menos relacionadas con la literatura. O la narración de su visita a los lugares donde vivió Emily Dickinson.

Pero sobre todo hay un discurso que se mantiene a lo largo de toda la obra, una crítica para nada velada, que también me ha interesado muchísimo: se trata de las malas praxis editoriales que yo también he detectado en ocasiones y que no encajan en absoluto con lo que yo entiendo como Literatura, en general. Veamos. Hay un fenómeno editorial, recurrente, tan manido que supongo que ya nadie se lo cree, pero que se sigue usando sin descanso: el de anunciar como “un hito en el panorama literario contemporáneo” la publicación de una nueva novela. Que muchas veces ni siquiera es literatura, es objeto de entretenimiento y consumo sin más, de autores supuestamente cultos que viven de satisfacer el apetito de las masas. Como bien dice Lago, los mismos lectores que les conceden la fama a estos autores, pronto se la quitan. Se trata del principio de obsolescencia, que hace que caigan en el olvido a los pocos meses de la fecha de publicación.

Basta con ver cómo proliferan en webs y aplicaciones de compra-venta de objetos de segunda mano los típicos best-sellers que pierden todo interés cuando el lector averigua quién es el malo, o cuando sale otro que hace sombra al anterior (un nuevo “hito en el panorama…”), y así eternamente: pasa con los libros entre cuyas líneas no palpita vida. Sin embargo, hay libros buenísimos que son inencontrables una vez descatalogados, hagan la prueba, llevo años comprobándolo.

Me gusta la idea de Lago al considerar que un escritor “de verdad”, ignora olímpicamente toda suerte de estrategias comerciales, no concede entrevistas, jamás habla de su obra, se desconoce dónde vive y su última foto data de hace más de 50 años. Me encanta. Creo que definitivamente aporta valor y seriedad estar fuera del mercadeo editorial, de los circuitos capitalistas de la literatura. Podríamos subir la apuesta y decir que un escritor de verdad jamás publica (hay más ejemplos, no sólo está Dickinson), no toma copas con los libreros ni le da su whatsapp a los lectores, no se baja los pantalones delante de una cámara de televisión ni se derrite ante un plato de comida gratis. Pero hay de todo para todos los gustos, y supongo que así debe ser.

Hay mucho más en “Walt Whitman ya no vive aquí”, que además de poseer un título magnífico, se trata de un libro del que se puede aprender bastante sobre literatura, e incluye al final unos apéndices con guías de lectura, listados de obras y autores ordenados cronológicamente: la versión extendida, media y una lista con unos pocos imprescindibles para quienes tengan menos tiempo o se lo quieran dedicar a otras cosas, porque tiempo tenemos todos el mismo al cabo del día. Según Lago: la mejor novela es “Moby Dick”, de Herman Melville y el mejor poemario es “Hojas de hierba”, de Walt Whitman. A ver quién es el valiente que le quita la razón.