jueves, 19 de julio de 2018

"Moxie" - Jennifer Mathieu


"Moxie" es una novela feminista para adolescentes, con todas las particularidades de las historias pop norteamericanas pero que, en este caso, sólo se usan como un marco para visualizar la opresión de las mujeres.

La protagonista, Vivian Carter, bien podría ser una de las hermanas Wakefield de “Las gemelas de Sweet Valley”, o Bella de “Crepúsculo”, o cualquiera de tantas y tantas protagonistas femeninas sometidas de las últimas décadas destinadas a un público muy joven... si éstas hubieran sido dotadas de más personalidad y se hubieran resistido a que las absorbiera el sistema, si no hubieran accedido a hacer lo que los demás querían que hicieran.

La acción de "Moxie" se desarrolla en un pequeño pueblo costero del estado de Texas, donde las costumbres parecen inamovibles y de una generación a otra se heredan los tópicos. La jerarquía social en el instituto es tan férrea como siempre vemos en la literatura y en el cine estadounidense (también la realidad es así): sobre un fondo de taquillas metálicas desfilan las animadoras y los deportistas por el centro del pasillo, mientras les observan con una mezcla de desdén y envidia los grupos de chicos y chicas procedentes de familias con nivel adquisitivo más bajo, los y las patitos feos, nerds, queers, darks, racializades, introvertides y un sinfín de casuísticas en las que en mayor o menor medida nos podemos identificar.

“Moxie” aborda la mayoría de terminología y complejidad feminista que cabría esperar para que una novela de este tipo valiera la pena. Cumple con creces. Quizá flojea en algunos momentos, como cuando en la página 40 desperdicia una ocasión de oro para citar a Virginia Woolf, precisamente cuando la protagonista reflexiona sobre la necesidad de disponer de un espacio seguro para crear cosas, y qué pasaría si todas las mujeres compartieran entre ellas esas creaciones. Pero contiene reflexiones muy acertadas en todo momento, mientras asistimos a la evolución de la protagonista, que recorre la senda del feminismo de forma intuitiva desde el inicio, y poco a poco se va fortaleciendo en él de una forma maravillosa.

La manera en que dice la palabra feminista de forma tan relajada, tan natural, me alucina. Claudia asiente con la cabeza y sonríe con educación, pero arquea ligeramente las cejas. He oído a mi madre utilizar la palabra feminista cuando habla con amigas por teléfono. (“En serio, Jane, como feminista, esa película me ha cabreado.”) A las Riot Grrrl les interesaba el feminismo, obviamente, pero hasta este momento en el gimnasio no había pensado en que fueran feministas, sino que pensaba que era un grupo de chicas que molaban mucho y que no estaban dispuestas a aguantar tonterías.

Sin embargo, y mucho más importante, es que a través de todos y cada uno de los veinticinco capítulos se mantiene latente el concepto de sororidad, eso que tanto echo de menos a menudo. La protagonista, Vivvy, siente la necesidad de denunciar de alguna manera todos los abusos de corte machista que se producen en el instituto. No tiene apenas referentes (sólo nociones sobre el pasado rebelde de su madre y algunos grupos musicales compuestos por mujeres guerreras) ni sabe qué medios tiene a su alcance para denunciar lo que considera injusto, pero consigue canalizar esa rabia de una manera creativa e inteligente que ayudará a muchas chicas. Crea un fanzine anónimo que reparte por los baños de chicas del instituto llamando a la acción con pequeños gestos. Rápidamente comprueba cómo se unen a este movimiento muchas chicas, tanto de su entorno como de otros grupos, y también algunos chicos sensibles que no son como la mayoría.


En este sentido, es encomiable la sensibilidad de la autora para plasmar esa hermandad entre mujeres a la que me refería: sin dejar a un lado la superficialidad de la adolescencia, hace crecer a sus personajes por el camino correcto. De forma instintiva, recrean un entorno de feminismo interseccional que da cabida a todas las mujeres sin excepción. Es precioso ver cómo se suman al movimiento “moxie”, a través de diferentes sucesos, chicas de todo tipo: negras y blancas, ricas y pobres, queer y hetero, empollonas y pasotas, etc.


A lo largo del marco de una ventana diminuta junto a la cama de Lucy hay una fila de Post-its amarillos. En cada uno hay una palabra y juntas forman una frase en vertical: EL SILENCIO NO TE PROTEGERÁ. Cuando Lucy ve que lo estoy mirando, me dice que es una cita de un poema de Audre Lorde.


También, a través del chico de quien se enamora Vivvy, tenemos reflejada la complejidad de la figura del muchacho sensible, aliado feminista, cuya educación inevitablemente patriarcal produce a veces roces con las chicas “moxie” que, en lugar de apartarle como un apestado, se toman la molestia de ponerle las gafas moradas y explicarle que la empatía total es más difícil cuando no se ha sufrido la opresión machista en la propia piel. De esta forma, se liman las asperezas y se mantiene al muchacho del lado correcto del movimiento:


Me siento frustrada con él pero también conmigo misma por no ser capaz de encontrar las palabras para explicárselo. Estoy totalmente segura de que no lo hace a propósito, pero Seth es un chico y nunca podrá saber lo que se siente al caminar por el pasillo y saber que te están juzgando por el tamaño de tu culo, o por lo grandes que tienes las tetas. Nunca entenderá lo que se siente al cuestionar ciertas decisiones y tener que pensarte dos veces la ropa que te pones, cómo te sientas o caminas o estás de pie por si no llamas la atención de manera adecuada, o peor aún, por si llamas la atención de manera equivocada. Él nunca sabrá el miedo que da y lo mal que te hace sentir la sensación de que perteneces a algún Monstruo que ha decidido que puede cogerte y tocarte y clasificarte cuando y como quiera.


En el instituto los ataques machistas comienzan con comentarios denigrantes y frases que incitan al odio hacia las mujeres, impresas en las camisetas de los alumnos varones más salvajes. Los profesores lo dejan pasar como una chiquillada sin llamar la atención sobre el asunto ni percatarse de su gravedad. Poco después, se pone de moda una técnica de violencia que consiste en acosar físicamente a las chicas por los pasillos con tocamientos rápidos que los acosadores hacen pasar por no intencionados. Da miedo de verdad porque para ellos es solo un juego, ni siquiera creen que están haciendo algo mal, siguen entendiéndose a sí mismos como buenos chicos, solo quizá un poco más gamberros que el resto. Socialmente y a diario se aceptan también muchos de estos repugnantes gestos, sin valorar que son un delito en sí mismos, y el primer paso para que todo acabe en el cementerio.

Ellas cada vez están más asustadas e indignadas. La medida del instituto, sin embargo, es restringir la vestimenta de las mujeres (sacan de clase aleatoriamente a chicas vestidas con camisetas de tirantes, por ejemplo, o a las que se han desarrollado más rápido que las demás, y les obligan a pasar el resto de la jornada "tapadas" con camisetas gigantes de deporte), denigrándolas hasta el punto de convertir a las víctimas en culpables, haciendo que ellas crean que les provocan, y dando alas a los alumnos machistas para continuar con los ataques.

A partir de aquí la historia continúa cada vez con más chicas, y algunos chicos, sumándose al movimiento feminista (visibilizado en todo momento bajo el término “moxie”), llamando a la acción con reivindicaciones silenciosas pero visibles, hasta llegar a convocar una manifestación pacífica cuando la situación se agrava. Llama la atención que no se diga nada relativo a que las víctimas lo comuniquen en casa, que madres y padres no salgan en defensa del alumnado, y que la falta de apoyo por parte de la dirección del centro no les lleve directamente a denunciar a la policía.

En todo momento se mantiene el tono de perfecta novela juvenil estadounidense (lenguaje, descripción de los diferentes escenarios, costumbres culturales, etc.) y los altibajos en las acciones moxie mantienen viva la emoción de la trama, que en los últimos capítulos se intensifica hasta un final vibrante que mantiene viva la esperanza en las nuevas generaciones, justo lo que yo [no estaba convencida pero] esperaba encontrar en este libro.

Según la OMS, actualmente la violencia contra las mujeres es un problema de salud global de proporciones epidémicas. Mantener una relación de pareja supone un grave riesgo de sufrir agresiones (una de cada tres mujeres mayores de 15 años lo ha sufrido, pero las cifras no recogen la grandísima cantidad de sucesos que no se denuncian); pero basta con poner un pie en la calle para ser objeto de violencia de género, cualquier hombre es susceptible de convertirse en un agresor, no es necesario que pertenezca al entorno de la víctima.

Así que quería saber exactamente qué puede encontrar una persona adolescente en la literatura feminista actual, qué se puede encontrar en las mesas de novedades ahora mismo, porque necesitaba algo a lo que aferrarme para mantener la esperanza en generaciones más jóvenes que la mía. Quería comprobar que todos los esfuerzos no están siendo en vano y que este repunte terrorífico de violencia machista al que asisto a diario, no es más que una última descarga inhumana antes de extinguirse para siempre y de una vez por todas.

―Amiga, ¿qué harías si mañana mismo desaparecieran de la faz de la Tierra todos los hombres?
―Salir a pasear de noche.


Leía este comentario en redes sociales estos días y no se me va de la cabeza. Ser mujer es eso, vivir con miedo CONSTANTEMENTE. Con casco y cazadora, conduciendo en moto, me han llegado a decir por las calles de Madrid: "¡Bonita, ¿cuánto cobras!?" Pero es diario (también es cierto que en otras ciudades no me pasa a esos niveles y con tanta frecuencia: Madrid da asco). Y eso a pesar de los privilegios que supone ser blanca y cisgénero y poder pagar las facturas a fin de mes. Pero cosificación y denigración constante. Así que en cualquier otro caso no quiero pensarlo porque es que, llorar a diario.

Por eso necesitaba este soplo de aire fresco. Enhorabuena Jennifer Mathieu, ojalá todos los adolescentes, todo el mundo dibujando en sus manos corazones y estrellas, siguiendo esta iniciativa maravillosa de visibilización y reconocimiento moxie que recomiendo efusivamente a jóvenes, formadores y tutores.

Ojo a la dedicatoria, gloriosa.

sábado, 7 de julio de 2018

"Encontraste un alma" - Edith Södergran (fragmentos)


DOS DIOSAS
Cuando viste el rostro de la felicidad te sentiste decepcionado:
esa mujer durmiente de rasgos vagos,
la más adorada y la más nombrada,
la menos conocida de todas las diosas,
que reina sobre los mares con calma,
los jardines en flor, los interminables días de sol,
y te decidiste a no servirla jamás.
De nuevo se te acercó el dolor con el abismo en los ojos,
la diosa jamás invocada,
la más conocida y menos comprendida de todas,
que reina sobre los mares tempestuosos y los navíos echados a pique,
sobre los presos con cadena perpetua,
y sobre las onerosas maldiciones que con los niños descansan
en el vientre de sus madres.

VIERGE MODERNE
No soy una mujer. Soy un neutro.
Soy un niño, un paje y una decisión valiente,
soy un rayo risueño de un sol escarlata...
Soy una red para todos los peces voraces,
soy un brindis en honor de todas las mujeres,
soy un paso hacia el azar y la ruina,
soy un salto hacia la libertad y el yo...
Soy el susurro de la sangre al oído del hombre,
soy la fiebre del alma, el deseo y la negación de la carne,
soy una señal de entrada a nuevos paraísos.
Soy una llama, buscadora e insolente,
soy agua profunda pero atrevida hasta las rodillas,
soy fuego y agua en comunión libre y leal...

LA PRINCESA
Todas la noches se dejaba acariciar la princesa.
Pero el que acaricia sólo acalla su propia hambre
y el deseo de ella era una mimosa tímida, un cuento con los ojos
muy abiertos ante la realidad.
Nuevas caricias llenaron de un sabor agridulce su corazón
y de hielo su cuerpo, pero su corazón aún quería más.
La princesa conocía cuerpos, pero buscaba corazones;
jamás había visto un corazón que no fuera el suyo.
La princesa era la más pobre de todo el reino:
había vivido de ilusiones demasiado tiempo.
Sabía que su corazón debía morir y desmoronarse por completo,
pues la verdad corroe.
La princesa no amaba las bocas rojas, le eran extrañas.
La princesa no reconocía los ojos embriagados con hielo al fondo.
Todos eran hijos del invierno, pero la princesa era del sur más
lejano y no tenía caprichos,
ni dureza, ni tapujos, ni astucia.

*


martes, 3 de julio de 2018

Ya no es como antes - Massimo Recalcati


Tengo con Recalcati un mar de contradicciones. No sé si llegaremos a buen puerto. Me fascinó con “El complejo de Telémaco”, me quedó un poco fría con “Las manos de la madre” y con “Ya no es como antes” se me ha puesto muy difícil seguir admirándole.

No sé muy bien qué esperaba de este ensayito. Al final, este tipo de libros no son tanto un ensayo sobre una cuestión social en particular, sino la reafirmación del autor sobre una idea preconcebida al respecto. Sin datos objetivos, sin bibliografía… no puede ser más que una justificación de la propia experiencia, que me parece muy bien, pero es que de esa manera no se puede pretender teorizar científicamente, para eso mejor escribir ficción y volcar los traumas juveniles en un coro de personajes, ¿no?

En el fondo, todo iba bien al principio, con sentencias como estas, en la que refiriéndose a la facilidad que tenemos hoy en día para cambiar de pareja (en contraste con el vetusto “para toda la vida” de las generaciones anteriores), decía:

“En vez de elaborar con dolor la pérdida del objeto amado, preferimos encontrar en el menor tiempo posible su sustituto, adaptándonos a la lógica imperante que gobierna el discurso del capitalismo: ¡si un objeto ya no funciona, nada de nostalgia! ¡Reemplacémoslo con su última versión!”
“La clínica psicoanalítica descubre sin embargo el Mediterráneo al comprobar que la búsqueda compulsiva de lo Nuevo no es en absoluto una expresión de libertad, sino una nueva esclavitud, el resultado de un mandamiento social e ideológico (“¡Gozad!”) al que el sujeto está drásticamente sometido”.


Acepto la hipótesis de que, sociológicamente, haya afectado a las relaciones personales esa prisa por estar a la última y esa capacidad económica del primer mundo por acceder a los artículos que tan sugestivamente se anuncian por todos los medios y se exponen en los estantes de las tiendas. Ese afán por satisfacer el deseo de forma inmediata y por no conformarse con nada que no sea perfecto.
Alguien se va a comprar el coche y le venden el humo añadido de pertenencia a un club de élite; una colonia, y la idea de un cuerpo perfecto y lleno de paz disfrutando en un paraíso, etc., y creemos que podemos tenerlo todo, que debemos aspirar al menos a tenerlo todo. Y me encanta que reflexione sobre por qué a la vez estas supuestas libertades son en realidad una forma moderna de esclavitud. Pero el libro no indaga más en esa línea, lástima.

Seguimos con otro fragmento de las primeras páginas:

“El amor es una trampa, un engaño, una ilusión destinada a derretirse como la nieve bajo el sol, el efecto de un sueño de la razón, de una impostura, de un truco neuroendocrino. Todo amor conoce su agonía antes o después, revelando la naturaleza de artificio. El tiempo corroe la pasión decretando su final, desclasándola a mera administración de bienes y servicios. Tras los primeros trastornos extáticos provocados por el influjo de la dopamina en ciertas áreas del cerebro, todo vínculo amoroso se aplana en una rutina sin deseo; el tiempo mata inevitablemente el entusiasmo que circunda la emoción del primer encuentro. Sin la estimulación de lo Nuevo, todo enamoramiento acaba en las arenas movedizas de una intimidad alienante desprovista de erotismo. De este deterioro del deseo en el teatrillo de la vida familiar, la camiseta blanca del padre cabeza de familia fue para Adorno el símbolo de generaciones enteras.”

Stop. Íbamos muy bien pero, ¿se puede saber qué concepción de las relaciones tiene este señor? ¿La del típico matrimonio monógamo y heterosexual donde él nunca coge una fregona y eructa con lata de cerveza barata en la mano, y ella se abandera en Facebook desde su sofá, capitana en la lucha feminista por la libertad sexual de las mujeres aunque él no se pasea por su clítoris desde 1993? Pues hombre, el amor no es eso, no me puedo creer que una relación saludable sea eso.

Es la brecha que suelo encontrar con autores de otras generaciones a la mía (Recalcati, 1959), para quienes cosas como el sexo antes del matrimonio fueron toda una revelación y por tanto entienden que en ese sentido la sociedad está muy avanzada; sin embargo, mi generación ni siquiera contemplaba el matrimonio como posibilidad y entrábamos y salíamos con quien nos daba la gana sin dar explicaciones ni atender a géneros, etnias o clases sociales, hemos evolucionado hasta hacer realidad conceptos como la anarquía relacional y por lo tanto pensamos que estamos totalmente en pañales cuando vemos las barbaridades que aguanta la gente “por amor”. Eso no es amor, amor es cuidarse desde la libertad. Así que… ¡como para ponernos a reflexionar por enésima vez sobre el amor en relaciones hegemónicas en las que uno es el esclavo sexual del otro eliminando de su horizonte el deseo por puro miedo a la soledad! Pues mira, no, chica: qué pereza.

“La simple epidemiología de las relaciones de parejas lo demuestra: a los seres humanos cada vez les cuesta más trabajo mantener una relación en el curso del tiempo. Las separaciones se multiplican, los cónyuges o convivientes se separan con mayor frecuencia cada vez para volver a unirse en nuevos vínculos o vivir de manera más despreocupada su libertad. Es un signo de nuestros tiempos. Nuestra época es la época, como afirma acertadamente Bauman, de los amores líquidos”.

Pero si he encontrado fisuras irreconciliables con Recalcati es cuando he descubierto que no ha superado a Freud. Que sigue haciendo distinciones entre la forma de amar de hombres y mujeres (¿qué serán para Recalcati un hombre, una mujer?, ¿penes, vaginas… quizá? Ay, qué mal, ¿esa miguita que tienes entre los dientes es un poco de transfobia, Recalcati?).

Comprobad que estáis sentados antes de leer esta barbaridad, cito de la página 113:

“Por esta razón a los hombres les resulta más difícil perdonar. Su apego al Yo es más fuerte, más voluminoso que en las mujeres puesto que está sustentado por la presencia imaginaria (competencia varonil) y real (presencia del órgano) del falo.”

Conozco a unas cuantas personas con vagina, que gustosamente le explicarían a Recalcati el concepto del Yo armadas con un arnés que mantuviera en su sitio un Falo de silicona decorado con los colores del arcoíris. Qué te pasa Recalcati, antes molabas.

En cuanto al concepto de perdón que me habría encantado leer en este libro: si no nos damos libertad a nosotros mismos, difícilmente se la vamos a dar a los demás. No podemos prometer fidelidad ni amor eterno porque sencillamente el tiempo nos cambia, y será o no será, cuántas veces has descubierto cambios profundos en ti, cuántas otras has descubierto que esa persona que creías tan cerca, de repente es una total desconocida y te hace asomarte a un abismo de incomprensión. Y nada de eso está mal si se gestiona desde el respeto, y teniendo siempre en cuenta que el amor es un bien infinito, que no se agota por más que lo gastemos.

Ama, y haz lo que quieras (San Agustín, icono queer desde el siglo IV).