martes, 31 de enero de 2017

El sentido del círculo - Manuel Ortuño



Termino de leer “El sentido del círculo” gratamente sorprendida, porque aunque no se trata del tipo de libro que suelo frecuentar, me ha enganchado y entretenido. Al principio me llamó la atención que fuera un libro de crítica social a través del humor absurdo. Sinceramente, si no hubiera habido algo más allá del humor, no creo que lo hubiera empezado. No soy una de esas personas de risa fácil, es más, incluso puede llegar a molestarme ver cómo otras personas se ríen con facilidad por soberanas tonterías. Por no hablar de las risas histéricas, chillonas, estridentes o molestas en general… mejor volvamos al libro.

Es una novela fácil de etiquetar pero se hace difícil describirla un poco más allá. Podría decirse que es el resultado de coger un chiste de Lepe, conformar todo un entramado de novela en torno a él, dotar de consistencia el absurdo, crear todo un pequeño mundo (escenarios, personajes, situaciones y un hilo argumental) girando alrededor de esa idea… y hacer que entre líneas se filtre la crítica social, sin llegar a mencionarla directamente.

Algo que destaca es que está muy bien escrita, y que a pesar de estar publicada en una editorial poco conocida, la presentación física es buena y no tiene muchas erratas (y las que se encuentran no son ortográficas, sino errores de tecleado). Su autor, Manuel Ortuño, ha publicado también poesía y relatos cortos, algo que no sorprende después de leer algunos fragmentos especialmente rítmicos y elaborados que se encuentran salpicados por toda la novela. También me ha gustado que mantenga el pulso narrativo sin flaquear desde el principio hasta el final: sinceramente, aunque es una novela humorística no resulta inoportuna, el trabajo para esbozarla y llevarla a cabo es digno de admiración. Un fragmento:

El cementerio es un inmenso panal humano de planta horizontal que se extiende a las afueras de la ciudad y que ocupa una superficie aún mayor que ésta. Lo pueblan todo tipo de seres extraños, todos ellos inánimes, silenciosos y discretos, todos ellos apáticos, todos ellos muertos. Cuando algo parecido a la vida se escapa por alguna grieta, resquicio o hendidura, la soledad y el silencio que allí imperan se encargan rápidamente de acallarlo o ahuyentarlo a patadas.

Cada capítulo se inicia con una descripción del lugar en el que va a desarrollarse la escena, con un tono similar a este fragmento. Después, el capítulo como tal es una sucesión de disparates encadenados, que adquieren sentido dentro del “universo paralelo” creado en la novela. En ese lugar, tener un reloj que funcione y marque la hora es un suplicio, por eso la aparición de alguien que los rompe a martillazos es todo un acontecimiento, la gente hace cola para que destroce el suyo, le dan las gracias entre lágrimas, etc. Otro detalle es que el sistema del funcionariado no es tan diferente al que todos conocemos, ya que está lleno de sinsentidos y montones de trámites absurdos que no sirven para nada. Sin embargo, las vueltas de tuerca que se le dan a placer dentro de la novela, terminan de convertirlo definitivamente en un compendio de ventanillas y formularios completamente desquiciado.

Otra cosa que me ha gustado es el final, que no desvelaré. Mientras leía, tenía mis dudas acerca del desenlace, porque un mal final podría dar al traste con una novela que me estaba interesando. Pero un buen final, como es el caso, la convierte en una novela amable, en absoluto pretenciosa, que entretiene y que le echa un pulso amistoso a la capacidad de cada lector para dejar que el mundo que conoce dé unos cuantos brincos y piruetas, que todo se descoloque sin que le haga perder los nervios y que, a cambio, se eche unas risas.

A veces dejamos que la realidad se imponga, simplemente por permitir y dar por hecho que las cosas sean como se nos han dicho que son. Quién sabe, quizá existan muchos más absurdos de los que detectamos, y convendría detenerse lo necesario para identificar todo aquello que está mal, salir del círculo y valorar qué está pasando dentro.

viernes, 27 de enero de 2017

Pequeños tratados - Pascal Quignard



Una vez más, en Sexto Piso se encargan de rescatar parte de la prolífica obra de Pascal Quignard en una edición impecable. En este caso, se trata de una obra en dos volúmenes presentada dentro de un pequeño cofre de cartón forrado. Los “Pequeños tratados” proceden de un proyecto artístico que quedó interrumpido en la década de los 70 como explicaremos a continuación, y mantienen la vigencia en los temas que son característicos en el resto de obras del mismo autor.

Muchos conocimos a Pascal Quignard cuando en 2010 se presentaba la magnífica “Butes” a manos de Sexto Piso, una editorial de culto que camina con paso firme. La obra de Quignard se encuentra muy dispersa en multitud de publicaciones diferentes, y en concreto, estos “Pequeños tratados” no estaban disponibles en español hasta el momento. La traducción corre a cargo de Miguel Morey (“Deseo de ser piel roja”) y ese sin duda es un signo de calidad.

Ocho tratados barrocos
Esta obra está concebida como ocho tratados independientes que siguen de alguna manera un hilo común. La idea inicial fue publicar una tirada corta de lujo, que estaría ilustrada por un colega de Quignard, allá por los años 70. Por desgracia, Louis Cordesse, que así se llamaba el artista, murió antes de que el proyecto pudiera llevarse a cabo; una galería de arte publicó los tres primeros tomos y los otros cinco quedaron durante años en el cajón. Es por eso que la obra permaneció en el olvido y una de las pocas ediciones que podían encontrarse hasta ahora era una en francés en dos volúmenes y formato de bolsillo.

Quignard ha publicado en su mayoría obra ensayística, y el formato que nos encontramos aquí es un híbrido que lejos de encajar bajo la etiqueta de “citas filosóficas”, “pensamientos”, “pequeños tratados”, etc., se encuadra más rápidamente en el “estilo Quignard” que podrán reconocer sus lectores más fieles.

No existen lectores profesionales. No existen escritores profesionales. Lo que une a la madre con el hijo no es la relación del maestro con el aprendiz.

Se trata de ideas enlazadas que giran en torno a los temas que más le obsesionan. La escritura, el lenguaje y el silencio son algunas de las piezas clave de las que partir para empezar a comprender su obra, puesto que un trastorno relacionado con el autismo marcó sus años de juventud y la escritura fue la herramienta que le reconcilió con las palabras precisamente por no tener que pronunciarlas en voz alta.

Los límites del lenguaje
Encontramos por ejemplo muchas reflexiones acerca de la música, del origen de las palabras y sus significados bajo enfoques que difícilmente se nos ocurrirían, nos invita a pensar sobre los límites del lenguaje y el poder de los términos que usamos. También, por ejemplo, hay cabida para la historia del libro como objeto capaz de transmitir el lenguaje escrito, el origen de los signos de puntuación, o la relación de los hombres con los libros a través del tiempo, en un alarde de antropología, historia y sociología a la altura de la vasta cultura de este imponente autor.

Resulta difícil describirlo porque él mismo se esfuerza en resultar inaprehensible. Se trata de un virtuoso del lenguaje, un maestro con una cultura tan amplia que resulta abrumadora; alguien capaz de escribir casi sobre cualquier tema, trazar un sinfín de pensamientos errantes cazados al vuelo y no perder interés ni estilo en el intento.

Como referencia, podemos citar algunas de sus obras relacionadas como “El sexo y el espanto” o “El nombre en la punta de la lengua”, en las que también se recrea sobre las cuestiones relativas a lo que sucede antes de nuestro nacimiento y el secreto poder que encierran las palabras, temas que aparecen una y otra vez en sus escritos.

Por qué Quignard es uno de los grandes
Decimos que se trata de un autor genial, inclasificable y esquivo y como tal se refleja en una entrevista transcrita que recogen estos volúmenes: da la total impresión de encontrarse fuera del mundo real que los demás conocemos. Pero sin duda, lo que tenemos entre manos es un estallido de erudición, una cantidad ingente de referencias históricas, lingüísticas, mitológicas, antropológicas, etc., que consiguen dejar al lector exhausto. Por eso recomendamos leerlo en varias sesiones más cortas. Lleva al extremo el hablar con propiedad y es extremadamente cuidadoso en la selección de términos.

—¿Cuando escribe, piensa usted en la totalidad de los libros, en tal o cual biblioteca, en las estanterías en las que sus libros están ordenados?
—Pienso en un tono y una sombra. Y en una mirada que brilla, tal vez, atenta, en el fondo de este silencio. Como un animal que acecha una presa invisible. Y me engaño una y otra vez creyendo que destruyo la estantería a la que usted se refiere. Cuando escribo, me gustaría alimentar una ilusión como ésta: que presto oído al silencio que la lengua despliega por defecto, que renuncio a esta piel impregada de huellas y de sangres retóricas, que abandono la voz engrosada, la misma voz primera que abraza los timbres, las articulaciones y los ritmos convenidos (…)
Pero por encima de todo, es absolutamente lírico, por lo que es una experiencia leerlo. Por eso la traducción en este caso era tan determinante. No es sólo que todo cuanto quede plasmado sobre el papel sea exacto sino que además posea sonoridad y ritmo. Magia. Por eso Quignard es uno de los grandes. Me fascina, y espero haber sabido transmitirlo.

jueves, 26 de enero de 2017

Cinco expresiones que odio



1.- Salir/permanecer en la zona de confort
Creo que no necesita demasiada explicación. Apesta a manual de autoayuda y al escucharlo da la impresión de que quien lo usa no ha viajado demasiado y/o tiene miedo a hacerlo.

2.- (Adjetivo) no, lo siguiente
Alguien que utiliza esta expresión denota un léxico pobre y/o lentitud mental para escoger un término apropiado. A veces incluso se utiliza de forma encadenada (lo siguiente, no: lo siguiente, no: lo siguiente, etc.) y es entonces cuando definitivamente debería ser delito.

3.- “La dije que”, “te le mando”
Los laísmos y leísmos son tan dolorosos para el oído como el grito de una banshee. Tan fácil como identificar qué funciona como complemento directo o indirecto en la frase, para elegir así el pronombre adecuado en cada caso.

4.- “Tienes mala cara, ¿te pasa algo?”
Y tú, ¿tienes algún problema con las habilidades sociales? En serio, los comentarios negativos o las opiniones no solicitadas… ¡guárdatelas! ¡No las digas en voz alta! Es muy desagradable. Estas situaciones suelen traerme a la mente esta frase: “Please don’t disturb, I’m disturbed enough already”, algo así como “por favor, no me molestes, ya estoy lo suficientemente molesto”.
Esto sería extensible a los comentarios (supuestamente) positivos pero provenientes de personas desconocidas, esto es, acoso sexual callejero. Simplemente, NO lo hagas. No hay discusión posible sobre esto. No, nunca, en ningún caso.

5.- “Les quiero compartir; les comparto”
¿Que me compartes a mí...? ¿¡Con quién, con qué!? Una de tantas incorrecciones sudamericanas que se está asentando cada vez más, muy habitual entre bloguers, video bloguers y youtubers. Con lo fácil que es un sencillo “me gustaría compartir con vosotros algo; quiero compartir contigo algo”, etc.

Hay muchas más; por hoy es suficiente.


miércoles, 18 de enero de 2017

"El rey de los trasgos", de Angela Carter (fragmentos)

(...)

Encontré al rey trasgo sentado en un tocón cubierto de hiedra, devanando a todos los pájaros del bosque con un carrete diatónico de sonido, una nota alta, otra baja; una llamada tan dulce y penetrante que acudieron alegremente y a empellones. El claro estaba lleno de hojas secas, algunas de color miel, algunas de color escoria y algunas de color tierra. Él parecía hasta tal punto el espíritu del lugar que no me extrañó que el zorro apoyara el hocico, sin miedo alguno, en su rodilla. La luz marrón del final del día desaguaba en la húmeda y densa tierra; todo en silencio, todo inmóvil, y el frío olía a la noche que ya se acercaba. Cayeron las primeras gotas de una tormenta. En el bosque no hay más refugio que la casita del rey trasgo.
Así fue como entré en la soledad embrujada de pájaros de aquel ser, que encierra a sus cosas aladas en jaulas tejidas con mimbre para que le canten.

(...)

La blanca luna que flota sobre el claro ilumina fríamente la tranquila escena de nuestros abrazos. Qué dulcemente deambulo o, más bien, solía deambular cuando era la hija perfecta de las praderas del verano; pero entonces al año cambió, la luz se volvió más clara y yo vi al delgado rey trasgo, alto como un árbol, con pájaros en las ramas, que me atrajo hacia él con su lazo mágico de música inhumana.
Si encordara ese viejo violín con tu pelo, podríamos bailar juntos al son de la música mientras la exhausta luz del día zozobra entre los árboles; tendríamos mejor música que los agudos cantos nupciales de las alondras apiladas en sus bonitas jaulas mientras el techo cruje por el peso de los pájaros que tú has atraído mientras nos arrojamos a tus misterios profanos bajo las hojas.
Me desviste hasta mi desnudez plena, esa piel de satén aperlada color malva, como un conejo desollado; luego me vuelve a vestir en un abrazo luminoso que me circunda por completo, como si fuera de agua. Y derrama hojas secas sobre mí, como al arroyo en el que me he convertido.













La cámara sangrienta
Angela Carter
2014, Editorial Sexto Piso
Enlace aquí