martes, 29 de noviembre de 2016

La luz impronunciable – Ernesto Kavi



“La luz impronunciable” es un librito muy corto, casi reducido a la mínima expresión de un poemario. Tiene 126 páginas, pero que están plagadas de blancos y de silencios, de páginas que tan solo contienen citas o el título de cada uno de los cantos que lo conforman. Es como un suspiro. Uno de esos suspiros tan cargados que contienen al mundo entero, puesto que en conjunto, es extremadamente sugerente.

Ernesto Kavi, quien se ha encargado de la traducción al español de un buen puñado de títulos editados por Sexto Piso, se presenta ahora como poeta a cargo de la misma editorial. Procede de Ciudad de México, estudió Literatura, Filosofía e Historia del Arte en universidades mexicanas y europeas, y ha vivido en multitud de ciudades diferentes en varios países. Este es su debut como autor.

Pequeños rasgos de originalidad
Este libro contiene elementos innovadores y originales, como por ejemplo la utilización de un pequeño fragmento de partitura de Bach a modo de cita previa a uno de los cantos, por qué no. El hilo argumental gira en torno a la idea de la fugacidad de la vida, desde un punto de vista mayoritariamente pesimista, aunque también hay lugar para la esperanza y la luz (la luz impronunciable). El sentimiento de desolación es lo que atraviesa en mayor medida los poemas, mientras el poeta medita en busca del sentido de la vida y la razón de la existencia del ser humano.

La continua presencia de la luz es altamente significativa en este poemario, ya que es la encargada de iluminarlo todo mientras el poeta lo observa y lo somete a examen en busca de conclusiones válidas: analiza el ciclo de la vida, la alegría, la sabiduría, la bondad, el amor, etc., y todos sus contrarios, dando lugar a una serie de poemas que en conjunto se me antojan un tanto agridulces. A veces parece decirnos que uno se acaba convirtiendo en aquello que persigue; otras, se muestra desolado, derrotado ante la imposibilidad de seguir adelante mientras no encuentre respuestas; pero otras, también, encuentra el sosiego en el amor, si bien es cierto que se centra en el amor de pareja y esa es una idea un tanto dependiente y poco amable.

Que crezcan lentamente
las palabras
bajo la luz
bajo la gracia
O mejor callar
mejor la nada
Tantas bocas
se alimentan de tu bien,
y tú, ¿qué conservas?
sólo la luz
sólo la oscura guirnalda de las letras

Yves Bonnefoy
Transcribo aquí un fragmento de la introducción de Yves Bonnefoy para este libro: Las palabras de la poesía son creadoras de un mundo infinitamente concreto, necesariamente natural, donde el poeta quiere vivir. Me parece una forma preciosa de expresar una idea que además es completamente cierta: cuando la poesía es de verdad, las palabras no sólo son el lugar donde el poeta reside (o una gran parte de sí mismo lo hace) sino que son el medio para dar forma a aquello que ha vivido y sentido de alguna manera (real o imaginada, pero igualmente cierta).

Resulta chocante, si se estudia el libro con atención, que el prólogo de Yves Bonnefoy esté fechado en el mes de mayo de este mismo año y que sin embargo el libro esté dedicado a su memoria: una búsqueda rápida en Internet nos confirma las sospechas: Bonnefoy, escritor francés y buen amigo del poeta, murió en el mes de julio, hace apenas unos meses. A modo de curiosidad, en la misma editorial tenemos un título de este autor procedente de 2013, “El territorio interior”.

La vida a examen
La disposición de algunos poemas no siguen siempre el orden vertical habitual, sino que se derraman a veces de forma caprichosa por las páginas, esto da lugar a una maquetación original que sin embargo ya viene siendo utilizada por otras editoriales y otros poetas desde hace tiempo: pero consiguen el efecto deseado, provocar una sensación de rapidez y movimiento, de forma que es fácil imaginar al poeta observando a su alrededor en diferentes direcciones captando conceptos. Esa vertiginosidad ayuda también a transmitir la idea de la fugacidad del tiempo, que es uno de las ideas clave sobre las que se conforma este poemario: la idea de que una vez transcurrido el tiempo suficiente, todo y todos estamos conminados a desaparecer.

Las ideas que se deprenden de la lectura de “La luz impronunciable” son variadas, y como siempre están sujetas al juicio del lector que las aprecia, al momento en que se da lugar la lectura, etc. Me gustaría resaltar dos aspectos principales. Por un lado, el hecho de que todo, incluso las cosas que menos nos agradan, pueden ser descritas con palabras dulces. Por otro, la enseñanza de que es necesario disfrutar del presente de forma sana y positiva sin necesidad de anticipar problemas que a lo mejor ni siquiera van a llegar, puesto que en este caso el poeta sufre continuamente porque se mantiene en una visión demasiado derrotista de la vida, centrada tan solo en las partes negativas de la existencia.

Ernesto Kavi se nos antoja aquí un pequeño ser humano luchando contra los elementos, o contra los monstruos de desolación que pueblan su cabeza. Es fácil empatizar con este sentimiento (mientras no nos dejemos arrastrar por él) puesto que todos nos hemos sentido así alguna vez, sobre todo cuando las cosas no terminaron como queríamos.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Tartufo el impostor - Molière


Habitualmente recomiendo lecturas, en este caso será un poco diferente, pero no tanto. Lean a Molière, claro que sí. Pero el Tartufo se estrenó en 1664, hace tanto tiempo que desentrañar el argumento ya ni siquiera se puede considerar spoiler. En cualquier caso, no contaré el final, prefiero recomendar la obra de teatro que se estrena hoy en el teatro Fernán Gómez (Centro Cultural de la Villa) en Madrid, y que sea la compañía Venezia Teatro la que les cuente el resto.

Ayer tuve la gran suerte de acudir al preestreno de esta obra, y me impresionó tanto, tanto, que salí de allí emocionada, inspirada, llena de energía y por supuesto con unas ganas locas de repetir la experiencia y de compartirla con todos los que se cruzaran en mi camino.

Suele decir el actor y vlogger mexicano Alan Estrada que una entrada para el teatro o un billete de avión (tren, bus, etc.) son pases que siempre te aseguran una experiencia, y es cierto. También es habitual escuchar que el buen teatro es aquel capaz de modificar algo de ti mismo, de forma que salgas de la sala habiendo cambiado un poco, con la capacidad mejorada de cuestionarte el mundo o habiendo aprendido a mirar desde otro lugar, ya sea fuera o dentro de ti mismo.

Venezia Teatro ha adaptado Tartufo con tanto acierto que ha conseguido crear una suerte de poderosa magia que trasciende el escenario y golpea al público. Durante los primeros minutos Vicente León, encarnando a Madame Pernelle, se mete al público en el bolsillo, podría decirse que literalmente. Se come al personaje, resplandece y hace brillar al resto del reparto, establece el altísimo nivel de calidad que vamos a disfrutar en lo sucesivo. Cuando reaparece lo hace transformado en Orgón y así lo veremos hasta el final de la obra.

En este punto estábamos ya todos con la boca abierta. Poco a poco fuimos disfrutando de las intervenciones del resto del reparto, ninguna defrauda, están todos perfectos, se perciben muy bien conectados entre ellos y muy cómodos. En cada momento se podría pulsar "pause" y la escena sería una postal perfecta. Brilla Marian Aguilera como Elmira, la segunda y joven esposa de Orgón. Poderosa, madura, sabia, tan brillante como una súper heroína y tan seductora como una actriz de los años veinte.

Brilla también Esther Isla, como la sirvienta de la casa de Orgón: tiene la suficiente confianza con la familia como para intervenir en sus asuntos personales y es amiga de Mariana, hija de Orgón, y de la ya citada Elmira. Esther tiene tablas, desparpajo, energía y tanta, tanta gracia que en todo momento tiene al público deseoso de su próxima intervención para estallar de risa. Pero también tiene la capacidad de conmover, lo cierto es que su personaje, aunque todos lo son, es tan rico en matices y redondo y complejo como el ser humano lo es.

Null García e Ignacio Jiménez dan vida a Mariana (hija de Orgón, a quien éste quiere casar con su íntimo amigo el estafador Tartufo) y Valerio, la pareja de amantes y prometidos cuya inminente boda peligra por la aparición de Tartufo en la familia.


Por fin, la aparición que todos esperábamos, la entrada de Rubén Ochandiano devenido en Tartufo. Es el personaje principal y que da título a la obra y sin embargo es el gran odiado: sólo Orgón está engañado, el reparto y los espectadores saben que se trata de un embustero, un embaucador que se aprovecha de la generosidad sin límites de Orgón para conseguir quitarle todo lo que tiene. Y sin embargo, nos hace dudar. Nos hace dudar, maldita sea. Si alguna vez han estado ante un encantador de serpientes, un prestidigitador de la palabra, alguien hermoso por fuera y podrido por dentro que te sonríe mientras te tiende la mano y hace lo increíble por que no te des cuenta de que su aliento está podrido mientras te habla, entonces sabrán de lo que hablo. Tartufo es exactamente eso.

Ochandiano lleva el increíble vestuario de la obra a otro nivel. Un sobretodo medieval, granate y aterciopelado con una cruceta en la espalda que combina a la perfección con unos pantalones negros rajados a la altura de las rodillas, una simbiosis perfecta entre el siglo XVII y el XXI que instantáneamente se nos antoja un vampiro salido de una de las novelas de Anne Rice. Es imposible no adorar su influjo mientras despreciamos su vileza. Es sublime.

La adaptación del texto, a cargo de Pedro Villora y dirigida por José Gómez-Friha, ha recortado personajes sin perder en absoluto la esencia de la obra, también ha intercalado elementos modernos que la acercan a los ciudadanos urbanitas de 2016 con guiños salpicados muy oportunos (Tartufo fuma en un vapeador, saca fotos con su móvil o pincha música en una tablet; Mariana hace referencia a su contrato indefinido y Valerio en un arranque de valentía se nos muestra con una camiseta de súper héroe, etc.) También es muy de agradecer las interactuaciones puntuales que tienen los actores tanto con el público como con el espacio del que disponen. Pero no contaré más, les mantendré en vilo, como se sentirán una vez sentados en la sala y se enciendan las luces, con la sonrisa temblando entre los labios, esto es teatro de verdad, vayan y vean.

lunes, 14 de noviembre de 2016

"El molino de sal del diablo"



La madre del diablo, la vieja Magog, estaba un poquito disgustada porque su hijo, el diablo en persona, se encontraba dando vueltas alrededor del horno del infierno. Se encontraba trasteando con el horno, y cogía una cosa de aquí y otra de allá. Su madre se dio cuenta de que había algo que le preocupaba. A la vieja Magog, que quería a su hijo muchísimo, le disgustaba mucho todo aquello, así que le dijo:
—¿Qué es lo que te pasa, muchacho? Chico, es que no me dejas tranquila ni un momento, es que no paras. Te pasas todo el rato con el horno: remueves el fuego y no paras de coger cosas y de tirarlas al suelo. ¿Qué es lo que te preocupa?
—Madre, soy un desgraciado —le dijo.
—¿Y por qué te sientes tan desgraciado, hijo?
—Desde que llegó la última alma a la que atormentar han pasado varias semanas. Y ya estoy harto de martirizar a las mismas almas de siempre. Ya no me produce ningún placer. Solo podría volver a ser feliz con almas nuevas: con gente a quien nunca antes se haya sometido a tormento.
Y como quería ayudar a su hijo, su anciana madre se puso a pensar y a pensar. Sabía que allí fuera, en la tierra, había cientos de almas. Los humanos no se estaban muriendo tan rápidamente como de costumbre, y esto hacía que el diablo se sintiera muy infeliz. Su madre anduvo mirando en todas las cavernas del infierno. Allí siempre había encendida una gran hoguera, y encerrados en jaulas se encontraban todos los diablillos. Desde las jaulas miraban hacia afuera, y sus rostros y uñas eran horribles. Estaban atrapados en el infierno para atormentar a las almas que llegaban procedentes de la tierra.
La madre del diablo se dijo: “Me gustaría ayudar a mi muchacho. No es feliz, y si no le ayudo, se acabará marchando. Pasarán semanas, y luego meses, pero él no volverá. Y cuando él no está, yo me pongo triste.”
En aquel momento fue cuando alzó la vista hacia una estantería hecha de piedra, junto a la caverna de la chimenea del infierno. Sobre ella se asentaba un molinillo: la posesión favorita del diablo. Su madre no sabía de dónde lo había sacado. Era un molino de sal, y cuando el diablo se sentía solo o triste, se colocaba el pequeño molino de sal sobre la rodilla, lo acariciaba y luego lo volvía a colocar en la estantería. Su madre sabía que a su hijo le encantaba, pero no tenía ni idea de dónde lo había sacado. Lo que sí sabía era que, si quería hacer a su hijo feliz, tenía que conseguir unas cuantas almas a las que poder atormentar: gente que fuera al infierno por causar problemas en la tierra.
Así que se echó el chal sobre los hombros y se acercó al lugar en el que estaba el molino. El diablo se encontraba ocupado removiendo el fuego y dándole la vuelta a los carbones de la hoguera. ¡Y ella agarró a toda prisa el molinillo de la sal! Se lo puso debajo de su viejo chal negro, un chal de miles de años de antigüedad, y se dijo: “Si necesita algo, tendré que ayudarle a conseguirlo”.
Y entonces la vieja Magog se marchó del infierno y subió desde las profundidades de él hasta la tierra.

(…)

—¿Podemos tener algo de sal para la cena?
—¡Ah, capitán! —respondió el cocinero-. Te pido perdón. Olvidamos la sal, y ya no queda ni una pizca en todo el barco.
—Pues no podemos comer sin sal —dijo el mercader.
Y a continuación dijo:
—Esperad un momento, tengo algo que me dio una anciana. Y me dijo que lo único que tenía que hacer para tener sal era pedírsela.
Se dirigió a su camarote y cogió el precioso molinillo. Era de madera y tenía una rueda en la parte trasera. Lo colocó sobre la mesa y, delante de los marineros, del cocinero y de todos los demás, dijo:
—Aquella anciana me contó que lo único que tenemos que hacer es “pedirle sal”.
Todos se miraron unos a otros y dijeron:
—¿Cómo se puede conseguir sal haciendo solo eso?
El mercader preguntó:
—¿Nos puedes dar algo de sal?
Y en aquel mismo momento la ruedecita empezó a girar. La sal empezó a salir y a salir sin parar: llenó la mesa y el suelo. A continuación llenó la bodega, los camarotes y todo lo demás. El molino continuó funcionando sin detenerse, hasta que el mercader y los marineros quedaron cubiertos de sal hasta la cintura.
—¡Para, páralo! ¡Detenlo! —gritaban.
Pero no había manera de detenerlo. El molino continuó produciendo sal y más sal, hasta que muy pronto todo el barco estuvo cubierto: la bodega, los camarotes, la cabina de mando… ¡Todo el barco se llenó de sal, todo! Pasó un día, y en el infierno dijo el diablo:
—Madre, te queda solo un día más para devolverme el molino de sal.
La vieja Magog se frotaba las manos de regocijo, mientras decía:
—¡Sí, tú dame otro día!
Llegó un momento en que el molino produjo tanta sal que el barco no pudo soportar el peso de un grano más. Y como es natural, se hundió el barco en el mar con los treinta y tres marineros, el mercader y el molino de sal. Todo acabó sepultado en el fondo del mar. Y en el infierno el diablo se llevó una gran sorpresa, ¡cuando vio aparecer a treinta y tres marineros y un mercader! El diablo miró a su alrededor y dijo:
—¡Madre, tenemos visita!
—Sí, hijo, tienes visita —le respondió—. Se trata de unos marineros y un malvado mercader. Y estoy segura de que, durante unos cuantos días, serás muy feliz con ellos.
—Madre, ¿y qué hay de mi molino de sal? —le preguntó el diablo.
—Pues hijo, yo le di el molino de sal al mercader, y este se lo llevó a bordo. Pidió sal allí… y tu molino hizo que el barco se hundiera en el fondo del mar. Es por eso por lo que tienes aquí a treinta y tres marineros, sin contar al mercader. ¿Es que esto no te mantendrá feliz durante un tiempo?
—Pero, madre —le dijo—, ¿y qué pasa con el molino?
—Hijo, el molino está en el fondo del mar, y allí se quedará girando hasta que llegue su hora.
El diablo sonrió a su anciana madre.
—Está bien, madre—le dijo—, por el momento me olvidaré del molino de sal. Aún lo tengo en la cabeza, pero, con los treinta y tres marineros y el mercader, seré feliz durante algún tiempo.
Mientras tanto, el molino de sal siguió girando en el fondo del mar, y aún lo hace. Y esta es la razón por la que el agua del mar es tan salada y por la que al mar se le llama: ¡el charco en el que rema el diablo!

Duncan Williamson
La bruja del mar y otros cuentos de los hojalateros escoceses
Ed. Calambur

Ficha del libro en la web de la editorial, aquí