Tierra. Eso es, tierra. Tierra caliente y seca es lo que van a saborear en el paladar todos ustedes si tienen la suerte, o el buen tino, de adentrarse en las páginas de esta impresionante novela. ¿Han sujetado alguna vez un terrón duro dentro del puño apretado bajo el sol del verano? ¿Han intentado desprenderse alguna vez de su existencia terrenal? ¿Han sentido, alguna vez, el horror de la locura...?
David Vann es una suerte de sutil demiurgo del horror, de artesano de la manipulación psicológica, que guía con mano experta hacia la demencia usando por toda herramienta la literatura. Refinado y sereno, despiadado, y sin más límites que el de la imaginación más poderosa. Después de “Sukwan Island” y “Caribou Island”, sus dos novelas anteriores, llega una tercera entrega tan a la altura de las dos previas, que da vértigo.
David Vann, maldito seas, David Vann.
Arcángel deslumbrante
que guardas tras tu espalda un gigantesco
serrucho oxidado.
David Vann tiene una capacidad muy especial para tejer historias que giren alrededor de relaciones familiares, ya sean paternofiliales, de pareja o de cualquier otro tipo. Sus novelas se nutren de esos pequeños gestos de odio contenido que se producen en entornos creados por convencionalismos sociales. Porque, ¿qué le debe, exactamente, un hijo a sus padres, si no es responsable de su nacimiento? ¿En nombre de qué debe alguien soportar cualquier tipo de maltrato (o de rutina insatisfactoria) de parte de su pareja, si su relación ha sido libremente elegida, si no hay absolutamente nada que obligue a mantenerla? Es precisamente lo artificial de las relaciones humanas lo que siembra la semilla que poco a poco va ensanchando la brecha.
Suele ser el miedo (siempre suele ser el miedo) lo que conduce o empuja a las personas a establecer relaciones artificiales bajo la premisa de la racionalidad, bajo normas sesudamente diseñadas y socialmente establecidas para el bien de todos (aunque sólo se mantengan por la fuerza de la costumbre, aunque apesten), bienintencionadas y juiciosas que, por su propia naturaleza, tienden a quebrarse al ser obligadas a existir en un mundo que es esencialmente salvaje.
Suele ser el miedo a la soledad.
Pero las familias que habitan las novelas de David Vann no son familias sencillas a las que les haga felices salir a pasear juntos en bicicleta los domingos.
David Vann, maldito seas, David Vann.
Arcángel deslumbrante
que guardas tras tu espalda un gigantesco
serrucho oxidado.
Se trata de círculos con un pasado complicado y una altísima predisposición a las ideas enfermizas, ese tipo de familia de apariencia normal ante los vecinos, pero que, sin embargo...
Sin embargo, lo que sucede es que nuestro artífice del mal plantó en secreto la semilla del odio en el suelo que estaban pisando, en irónica, sombría y maliciosa espera de los previsibles resultados.
“Tierra” posee multitud de características que la relacionan con las ya citadas novelas anteriores. Pero si nos centramos en ella, observamos que la demencia de su protagonista, aún siendo ya genética como se deriva del comportamiento de la parte de su familia que nos es presentada, también se ve alimentada por lecturas de contenido espiritual. David Vann cita obras de Hermann Hesse, Richard Bach, Gibran Jalil Gibran y Carlos Castaneda. También, en algún momento, uno de los personajes comenta que todos ellos no han hecho nada más que copiar mal a Blake.
Resulta obvio que la lectura de este tipo de libros no es algo dañino en sí mismo, pero se juega con la capacidad que tienen de incendiar una mente a la que sólo hace falta aplicar la chispa adecuada para liberar la tragedia hacia la que ya existía predisposición desde siempre.
Según ha confesado David Vann en algunas entrevistas a tenor de la publicación de “Tierra”, el protagonista de esta novela comparte rasgos biográficos con él mismo (y eso, con la novela entre las manos, resulta aterrador saberlo): siendo muy joven, buscó respuestas en las filosofías New Age y llevó a cabo rituales espirituales basados en la meditación, llegando a creer que podría caminar sobre el agua, todo ello como terapia para aprender a enfrentarse a sus miedos personales.
David Vann, maldito seas, David Vann.
Arcángel deslumbrante
que guardas tras tu espalda un gigantesco
serrucho oxidado.
Ahora, confiesa estar convencido de que detrás de todas esas prácticas misteriosas nunca se esconde nada más que el sexo, y que lo que entonces creía ver como algo bello y esencialmente puro, no era más que su propio egoísmo no reconocido: es decir, que buscar continuas señales destinadas a sí mismo, tanto en las personas que le rodeaban como en las cosas que veía, denotaba un egocentrismo que no solucionaría con estas prácticas espirituales.
Partiendo de esta base, y según explica él mismo, el tema del libro es cómo la filosofía (mal entendida, y el paréntesis es mío) puede conducir a la violencia. A día de hoy, David Vann reniega de todos los autores de ese estilo que le sirvieron de referencia en su juventud, ya que, según dice, basan sus teorías en vaguedades y no conducen realmente a nada.
Sol y tragedia griega
Carnal y descarnada, en esta novela hay una localización muy concreta, hay una madre y un hijo girando en círculos mientras se miran y se miden de una forma muy tensa, y hay una abuela, una tía y una prima que actúan de coro para completar el conjunto, mientras añaden ingredientes para que al final, bien sea la madre o el hijo, uno de los dos muerda primero.
También hay un personaje que a pesar de estar en todo momento fuera de escena, fue la fuente y la causa de toda la violencia en la familia. El sol acude cada día puntual a su cita para crear aún más tensión proyectando su luz cegadora. La noche sólo trae fantasmas, nunca calma, no cura. El resto del mundo, no existe.
David Vann, maldito seas, David Vann.
Arcángel deslumbrante
que guardas tras tu espalda un gigantesco
serrucho oxidado.
Es absolutamente recomendable, pero aviso: es muy difícil escapar al encanto tenebroso de este mago de las letras.