jueves, 30 de mayo de 2013

"De umbral en umbral" - Paul Celan


LEVANTES LA PIEDRA QUE LEVANTES

Levantes la piedra que levantes-
despojas
a quienes precisan el amparo de las piedras:
desnudos
renuevan ahora el enredo.

Tumbes el árbol que tumbes-
construyes
el lecho en donde
las almas una vez más se estancan
como si no vibrara
también este
eón.

Digas la palabra que digas-
agradeces
el deterioro.


[Hagas lo que hagas].



JUNTOS


Ya que la noche y la hora,
al nombrar en los umbrales
a los que entran y salen,

bendijo lo que hicimos,
ya que nada más nos mostró el camino,

no han de venir las sombras
por separado, pero si
hubiera más de lo que hoy se anunció,

no sonarán las alas
antes para mí que para ti-

Sino que rueda sobre el mar
la piedra que planeaba a nuestro lado
y en el surco que traza
desova el sueño vivo.

[La noche bendijo lo que hicimos].



Paul Celan, De umbral en umbral. Editorial Hiperión, 2008.

jueves, 23 de mayo de 2013

"Tierra" - David Vann


Tierra. Eso es, tierra. Tierra caliente y seca es lo que van a saborear en el paladar todos ustedes si tienen la suerte, o el buen tino, de adentrarse en las páginas de esta impresionante novela. ¿Han sujetado alguna vez un terrón duro dentro del puño apretado bajo el sol del verano? ¿Han intentado desprenderse alguna vez de su existencia terrenal? ¿Han sentido, alguna vez, el horror de la locura...?

David Vann es una suerte de sutil demiurgo del horror, de artesano de la manipulación psicológica, que guía con mano experta hacia la demencia usando por toda herramienta la literatura. Refinado y sereno, despiadado, y sin más límites que el de la imaginación más poderosa. Después de “Sukwan Island” y “Caribou Island”, sus dos novelas anteriores, llega una tercera entrega tan a la altura de las dos previas, que da vértigo.

David Vann, maldito seas, David Vann. 
Arcángel deslumbrante 
que guardas tras tu espalda un gigantesco 
serrucho oxidado.

David Vann tiene una capacidad muy especial para tejer historias que giren alrededor de relaciones familiares, ya sean paternofiliales, de pareja o de cualquier otro tipo. Sus novelas se nutren de esos pequeños gestos de odio contenido que se producen en entornos creados por convencionalismos sociales. Porque, ¿qué le debe, exactamente, un hijo a sus padres, si no es responsable de su nacimiento? ¿En nombre de qué debe alguien soportar cualquier tipo de maltrato (o de rutina insatisfactoria) de parte de su pareja, si su relación ha sido libremente elegida, si no hay absolutamente nada que obligue a mantenerla? Es precisamente lo artificial de las relaciones humanas lo que siembra la semilla que poco a poco va ensanchando la brecha.

Suele ser el miedo (siempre suele ser el miedo) lo que conduce o empuja a las personas a establecer relaciones artificiales bajo la premisa de la racionalidad, bajo normas sesudamente diseñadas y socialmente establecidas para el bien de todos (aunque sólo se mantengan por la fuerza de la costumbre, aunque apesten), bienintencionadas y juiciosas que, por su propia naturaleza, tienden a quebrarse al ser obligadas a existir en un mundo que es esencialmente salvaje.
Suele ser el miedo a la soledad.

Pero las familias que habitan las novelas de David Vann no son familias sencillas a las que les haga felices salir a pasear juntos en bicicleta los domingos.

David Vann, maldito seas, David Vann. 
Arcángel deslumbrante 
que guardas tras tu espalda un gigantesco 
serrucho oxidado.

Se trata de círculos con un pasado complicado y una altísima predisposición a las ideas enfermizas, ese tipo de familia de apariencia normal ante los vecinos, pero que, sin embargo...

Sin embargo, lo que sucede es que nuestro artífice del mal plantó en secreto la semilla del odio en el suelo que estaban pisando, en irónica, sombría y maliciosa espera de los previsibles resultados.

“Tierra” posee multitud de características que la relacionan con las ya citadas novelas anteriores. Pero si nos centramos en ella, observamos que la demencia de su protagonista, aún siendo ya genética como se deriva del comportamiento de la parte de su familia que nos es presentada, también se ve alimentada por lecturas de contenido espiritual. David Vann cita obras de Hermann Hesse, Richard Bach, Gibran Jalil Gibran y Carlos Castaneda. También, en algún momento, uno de los personajes comenta que todos ellos no han hecho nada más que copiar mal a Blake.

Resulta obvio que la lectura de este tipo de libros no es algo dañino en sí mismo, pero se juega con la capacidad que tienen de incendiar una mente a la que sólo hace falta aplicar la chispa adecuada para liberar la tragedia hacia la que ya existía predisposición desde siempre.

Según ha confesado David Vann en algunas entrevistas a tenor de la publicación de “Tierra”, el protagonista de esta novela comparte rasgos biográficos con él mismo (y eso, con la novela entre las manos, resulta aterrador saberlo): siendo muy joven, buscó respuestas en las filosofías New Age y llevó a cabo rituales espirituales basados en la meditación, llegando a creer que podría caminar sobre el agua, todo ello como terapia para aprender a enfrentarse a sus miedos personales.

David Vann, maldito seas, David Vann. 
Arcángel deslumbrante 
que guardas tras tu espalda un gigantesco 
serrucho oxidado.

Ahora, confiesa estar convencido de que detrás de todas esas prácticas misteriosas nunca se esconde nada más que el sexo, y que lo que entonces creía ver como algo bello y esencialmente puro, no era más que su propio egoísmo no reconocido: es decir, que buscar continuas señales destinadas a sí mismo, tanto en las personas que le rodeaban como en las cosas que veía, denotaba un egocentrismo que no solucionaría con estas prácticas espirituales.

Partiendo de esta base, y según explica él mismo, el tema del libro es cómo la filosofía (mal entendida, y el paréntesis es mío) puede conducir a la violencia. A día de hoy, David Vann reniega de todos los autores de ese estilo que le sirvieron de referencia en su juventud, ya que, según dice, basan sus teorías en vaguedades y no conducen realmente a nada.


Sol y tragedia griega

Carnal y descarnada, en esta novela hay una localización muy concreta, hay una madre y un hijo girando en círculos mientras se miran y se miden de una forma muy tensa, y hay una abuela, una tía y una prima que actúan de coro para completar el conjunto, mientras añaden ingredientes para que al final, bien sea la madre o el hijo, uno de los dos muerda primero.

También hay un personaje que a pesar de estar en todo momento fuera de escena, fue la fuente y la causa de toda la violencia en la familia. El sol acude cada día puntual a su cita para crear aún más tensión proyectando su luz cegadora. La noche sólo trae fantasmas, nunca calma, no cura. El resto del mundo, no existe.

David Vann, maldito seas, David Vann. 
Arcángel deslumbrante 
que guardas tras tu espalda un gigantesco 
serrucho oxidado.

Es absolutamente recomendable, pero aviso: es muy difícil escapar al encanto tenebroso de este mago de las letras.

martes, 21 de mayo de 2013

"La Bella, enigma y pesadilla" - Pilar Pedraza

Las sirenas (Klimt, 1899)

«Odiseo viola la dulzura del canto con el punzante y obsceno mástil de su barco, sometiendo con ello a las atroces cantoras que, según algunos, se suicidan, despechadas, como la Esfinge tebana al ser despojada del velo de sus enigmas: idea absurda, que Homero no transmite. ¿Puede morir la Muerte? ¿Va la Muerte a suicidarse porque un simple súbdito suyo, un mortal, la burle de momento valiéndose de una treta infantil y siguiendo los consejos de una turbia hechicera? No: ahí está y ahí se queda la isla de las cantoras, con sus huesos y sus flores, esperando tranquilamente, bajo los astros, a que aparezca un nuevo barco. Ahí la encuentran los Argonautas —antes que Odiseo en el mito, en la cronología literaria después, ya que el episodio es narrado por el poeta helenístico Apolonio—, que logran pasar ante ella, gracias a la potencia del canto de Orfeo.

Vista la representación desde el contracampo, ¡qué soledad la de las Sirenas, reinando entre huesos y desperdicios, alisándose las plumas al sol, en una isla remota cuyas flores no llegan a atenuar con sus perfumes los vapores de la corrupción! ¡Qué alegría las embriagaría cuando vieron aparecer en el horizonte el corvo bajel de proa azulada, con su cargamento de hombres atezados, comandados por Odiseo, el héroe de los cabellos como racimos de jacintos! ¡Y qué ofensa para ellas que cantos tan elaborados, tan sabiamente dosificados en sus perfumes y venenos, fueran a parar a oídos sordos, a orejas taponadas con la cera segregada por las abejas industriosas, las estúpidas abejas que trabajan y trabajan y trabajan y se afanan mientras las cigarras, los pájaros y las Sirenas cantan en los árboles, las rocas y las nubes!

¿Qué sintió la blanca Leucosia cuando aquel frágil cascarón de pino pasó sin detenerse ante sus ojos glaucos, cuando su canto encontró un muro de cera que le impedía llegar al corazón de los itacenses, que poco antes habían hozado como cerdos en las moradas de Circe?

¿Acaso no fue lo peor de todo para Ligia el hecho de sentir que la melodía fascinaba a Odiseo y que unas maromas de áspero cáñamo le retenían atado al poste de tormento de una impotencia que era potencia contra ella?

¿Qué pensó Parténope cuando las espirales de armonía que salían de su boca de virgen se enredaban en el áspero palo? ¿No resultó peor que ser violada en cualquier burdel de puerto por un marino extranjero al que las dulzuras de su acento resultaran indiferentes?

Ser vencidas por los ritmos arrebatadores de Orfeo constituyó una derrota soportable, incluso honrosa; ser rebasadas por excombatientes que hacían oídos sordos, una humillación.»

(...)

«Las Sirenas de mar me interesan poco, salvo la Doña Teodora de Álvaro Cunqueiro, griega de nacimiento, que a la muerte de su amigo el vizconde portugués, quiso meterse monja en un monasterio de la laguna de Lucerna. Como tenía la cola rosada y se la quería teñir de luto, recurrió a Don Merlín. Realizó éste el encargo sumergiéndola en una tina llena de un caldo cuyos ingredientes recojo, por si alguien se ve en la tesitura de tener que enlutar un pescado. Son los siguientes: polvo de oro sulfatado, cuatro mezclas de corteza de nogal, extracto de campeche y crémor tártaro. Hay que remover esto durante una hora con una varita de plata y luego añadir un puñado de sal. Con tal mixtura, la cola viene a quedar de un color negro brillante, con un filo de oro en el borde de cada escama. Y es lástima que las Sirenas de mar carezcan de ombligo, porque si lo tuvieran, el mejor aderezo de este luto consistiría en una cuenta de azabache —piedra, por otra parte, que protege del mal de ojo— puesta en él, o bien una monedita de oro como las que traen las moras en las orejas y en los chalequillos.»


Pilar Pedraza
La bella, enigma y pesadilla
Tusquets, 1991

miércoles, 15 de mayo de 2013

hai excomunion


Ningún dios tiene nada que ver en esto: es solo un aviso.

martes, 7 de mayo de 2013

22 de mayo, nuevo libro de Javier Marías: "Tiempos ridículos" (Alfaguara)


Alfaguara anuncia para el próximo día 22 de mayo la publicación de un nuevo recopilatorio de artículos de opinión de Javier Marías, como viene siendo habitual aproximadamente cada dos años desde hace tiempo. Se titulará "Tiempos ridículos" y en él podremos encontrar los últimos noventa y seis textos publicados en El País Semanal cada domingo.

El artículo que da inicio a esta colección es "Isabel monta a Fernando", un texto especialmente brillante sobre cuestiones gramaticales llevadas al extremo (y al error estrepitoso) por algunos colectivos bastante histéricos. Entre otros artículos inolvidables, "Noventa y nueve patadas y media", aunque podría seguir hasta enlazarlos todos, me temo.

22 de mayo, no lo olviden, anoten el recordatorio con tinta dorada y brillante, si les parece. Nos vemos entre sus páginas.

domingo, 5 de mayo de 2013

"Mártir de ciego"


Como cuando de niño las encendidas sombras son mi refugio
y cómo aprendí a escribir a oscuras mientras escuchaba roncar al
cielo con sus estrellas en la habitación de al lado,
y qué placer tan íntimo dejarme llevar lejos, tumbado en las
nubes, poblado de fuegos sin término.

Salgo a la calle vestido de novia
y no hago caso de las alimañas que corren en los rumores de la gentes,
salgo a la calle vestido de novia
con una comitiva de niñas desnudas que llevan la cola en sus cenicientas manos,
salgo a la calle vestido de novia
y dando la espalda a los confines del mundo arrojo el ramillete
que marchitará en otro pecho,
salgo a la calle vestido de novia
atravesando el paseo de la noche bajo una llovizna de colores que
traspasen la tierra
para que el tiempo que me aguarda levante el velo que mi existencia oculta
y yo responda —haciendo temblar cada una de mis letras como
colegialas del rubor—: sí quiero.


Delicatessen underground, Sergio Oiarzabal: Masmédula, 2008.

Imagen extraída de este lugar (más estampas gloriosas).