jueves, 30 de julio de 2020

"El último hombre" - Mary Shelley



Mi curiosidad por este grupo de artistas crece al mismo ritmo que el estante de la biblioteca donde están sus libros, llamada sección Villa Diodati, como ya he comentado por aquí algunas veces. Ahí están las obras de Mary y Percy Shelley, Byron y Polidori (qué remedio), también por extensión las obras de Keats, algo de Wordsworth y Coleridge, así como biografías de algunos de ellos (la mejor sin duda es la de Mary escrita por Fiona Sampson) y otros libros relacionados.

Hace unas semanas, en mi búsqueda incansable de rarezas, conseguí un ejemplar de “El último hombre”, una novela que Mary Shelley empezó a escribir en febrero de 1824 y que se publicó en enero de 1826. Mi edición es española, publicada en 2007 por El Cobre Ediciones. Publicaron otras rarezas de Kipling, Chesterton y otros, pero parece que el proyecto no tuvo mucha aceptación. Hace días he sabido que Akal publicaba este mismo mes “El último hombre” en una edición, por cierto, carísima. Casualidades. Esto me confirma que Mary Shelley sigue despertando interés y que hay mucho más allá de Frankenstein.

Sobre “El último hombre” se dice que es de tipo futurista y que refleja la turbación de la autora por la pérdida de sus seres queridos. Teniendo en cuenta que Percy había muerto en el verano de 1822 y todos los hijos de ambos que también perdieron en esos años, se puede imaginar el estado de ánimo de Mary durante el desarrollo de este proyecto: es más, lo verdaderamente sorprendente es que reuniera las fuerzas para continuar trabajando y sacar adelante a su único hijo vivo con el dinero que ganaba escribiendo.

Es cierto que sobre la novela planea una sombra continua de desdicha. También, que durante la primera mitad no encontramos nada de futurista y en la segunda hay que buscar con lupa estas referencias. Personalmente, considero que se trata de dos novelas independientes que se lanzaron como una sola, unidas por un débil hilo argumental. La primera parte habla de las peripecias bélicas de un tal Raymond en Grecia (es decir, prácticamente la historia real de su amigo Lord Byron, pero cambiando los nombres propios) y es ya en la segunda parte cuando la población mundial se va diezmando a causa de una pandemia. ¡Es perfecto para leerlo en 2020!

Si se lee “El último hombre” conociendo mínimamente a su autora y el resto de su obra, se comprueba que otras referencias también tienen conexión con su propia vida: los viajes a través de la vieja Europa, el gusto por la descripción de los paisajes y la apreciación por la naturaleza, similitudes de ella y de su entorno con la clase social, temas de interés y gustos de los protagonistas, la ambición política y de poder en contraposición con las emociones y los valores éticos, etc. Resulta sorprendente comprobar que la novela está repleta de referencias a obras clásicas de Ovidio, Shakespeare, Calderón de la Barca y otros muchos, lo que demuestra la sólida formación de Mary y la pasión por su oficio.

Sobre el supuesto futurismo en esta novela: de vez en cuando se van indicando los años en los que transcurre la trama: 2073, 2092… pero viajan en calesas y carruajes tirados por caballos y se siguen matando con bayonetas. Algo falla. No hay ninguna referencia más a cómo han evolucionado los enseres cotidianos después de tantos años, o cómo la transformación tecnológica ha influido en sus vidas. Nada. Hay un momento en el que los supervivientes recuerdan la peste de 1348, pero por supuesto no saben nada de la gripe española de 1918 o del covid de 2020, esto resulta enternecedor sabiendo en qué momento fue escrita. Sí es profética en algunos aspectos, por ejemplo, muestra a unos supervivientes que se dedican a montar fiestas con el dinero que heredan de los caídos, y grupos que se enfrentan entre sí como auténticos salvajes cuando la población está ya muy diezmada: la naturaleza hostil del ser humano (que de humano tiene poco) en estado puro, miserable hasta el final. Esto no ha cambiado, o lo predijo muy atinadamente.

Me sobra, en fin, la primera parte, teniendo en cuenta que me apetecía mucho saber cómo imaginaba Mary en 1824 el siglo en el que me ha tocado vivir y desde donde la evoco. Y en cuanto a esto, encuentro nada de futuro y poco de pandemia. Parece una obra escrita a oleadas, hilada de forma frágil y que se sostiene apenas sobre un esqueleto un poco débil. No obstante y teniendo en cuenta el contexto, es enternecedora y muy valiosa como pieza fundamental en la bibliografía de Mary Shelley.


domingo, 5 de julio de 2020

"Londres" - Virginia Woolf



Estos seis artículos sobre Londres fueron publicados originalmente en 1931 para la revista Good Housekeeping, por entregas. El primero de ellos se creía perdido, hasta que se localizó en una hemeroteca y por fin pudo publicarse la colección completa. Precisamente ese primer artículo, "Retrato de una londinense" es el que a mi juicio condensa a la perfección la esencia del libro. Puede que lo haya releído unas diez veces, es sencillamente encantador. En él se habla de la señora Crowe, que vive en una perfecta casa típicamente londinense y reúne cada tarde a una variopinta colección de invitados que acuden a tomar el té. Empieza así, y el resto no defrauda:

" Quien no conozca a un auténtico cockney, quien no pueda alejarse de las tiendas y los teatros para torcer por una callejuela lateral y llamar a la puerta de una casa particular, no puede jactarse de conocer Londres.
Me encanta cuando explica de esta forma tan sutil el carácter londinense, las maneras en general inglesas, esa forma de proceder en sociedad que tanto difiere de la española:

Lo cierto es que no buscaba intimidad, sino conversación. La intimidad tiende a engendrar silencio, y la señora Crowe detestaba el silencio. Necesitaba sentirse rodeada de una conversación amplia y general. No debía ser demasiado profunda ni demasiado ingeniosa, pues si se adentraba excesivamente en cualquiera de aquellos derroteros, sin lugar a dudas alguien se sentiría excluido y acabaría sentado con su taza de té sin decir esta boca es mía.
Al parecer, Virginia Woolf se documentó bien antes de la redacción de cada artículo, visitando los lugares de los que debía hablar, de modo que captase su esencia de la forma más precisa posible. Está escrito de una forma tan delicada, minuciosa y elegante que, además de transportar al lector rápidamente a todos esos lugares, la lectura supone un paseo por una forma de escribir que ya parece haberse perdido.

He disfrutado mucho de la breve descripción de la casa de Keats en Hampstead ("es preciso concluir que en Hampstead siempre es primavera"), un lugar que aún no he visitado pero algún día lo haré, a pesar de conocer bien los escenarios en los que transcurrieron sus últimos meses de vida en Roma. 

Es curioso que sea Virginia Woolf quien haga de cicerone por Londres cuando, precisamente, su nombre es sinónimo de Londres. De quién si no es el carácter que se respira al pasear por Bloomsbury, donde todo gira en torno al maravilloso grupo de intelectuales entre los que Virginia Woolf era el epicentro sin lugar a dudas: una zona donde además podemos dejarnos llevar muchos más años atrás y sugestionarnos con los vestigios de Mary Shelley en St. Pancras.

Y mirad qué hermosa explicación sobre "Londres" a cargo de sus editores: "Londres fluye en sentido contrario a la corriente del Támesis, arrastrando al lector a lo largo de la ciudad hacia el oeste, desde el bullicio de los muelles en su límite oriental hasta las oleadas de los compradores de Oxford Street, en Chelsea, en su parte occidental."

Hay muchos Londres, tantos como cada época, zona y mirada han dibujado. Yo creo que es inabarcable. A veces me ha fascinado y otras me ha dado la espalda, como sin ganas de ofrecerme gran cosa. Hay un Londres para cada uno en cada momento, y sin duda el de Virginia es digno de tener en cuenta y, a partir de él, perfilar el nuestro.

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