martes, 24 de octubre de 2017

Sabe que su risa desataría las tormentas

 
Está en la plaza de San Vicente de Bilbao. De piedra blanca, enhiesta desde su pedestal, es la viva imagen de la melancolía. Pisa con firmeza la cabeza del ángel caído y su rostro revela la cantidad justa de remordimiento, la compasión eclipsada por una indiferencia que querría ser divertida.

Es ligera, traslúcida, presumida y morbosa, es igual que un fantasma que se aparece como niebla entre los edificios al atardecer. Detrás de su expresión de cristal, juega a descubrir miradas chispeantes en los ojos de los transeúntes, para quienes casi siempre es invisible. A veces alguien repara en su presencia etérea y le revuelve la tierra alrededor buscando el ángulo que capte su halo feérico en una fotografía, pocas veces lo consiguen. Mantiene el rictus serio, casi inexpresivo, porque sabe que su risa desataría las tormentas.

El mentón decidido desmiente el cansancio afectado de sus párpados, y el ángulo que dibuja su muñeca, la mano sobre su pecho, delatan en el gesto fingimiento y simulación.

Se podría pensar que se sabe diosa y se traviste humana, a la espera de que un día una pareja de arpistas improvisando en la plaza se dejen llevar por su impronta y compongan así el aria definitiva.

Su belleza invisibiliza a las cariátides de las fachadas de la plaza y lo sabe, presume altiva y olvida que sólo las separa que las tallaron en diferentes trozos de piedra.

No tiene corazón y piensa que no lo quiere, porque no entiende que es la libertad la fuerza que impulsa esta tarde a una pareja de amantes que se persiguen corriendo y riendo, girando alrededor de la verja circular que delimita su minúsculo universo.

Está tras los barrotes, pero ha decidido que es el resto del mundo el que se encuentra preso.



Del texto y la imagen: 
© Todos los derechos reservados - Mar López, 2017

viernes, 20 de octubre de 2017

"Berta Isla" - Javier Marías


Tenía la sensación de que tras la trilogía “Tu rostro mañana” (2002-2007) y la novela “Los enamoramientos” (2011), Javier Marías había dado a la imprenta algo más que “Así empieza lo malo” (2014). Un libro del que no podía recordar el título pero que estaba segura de recordar su trama una vez cayera de nuevo en mis manos y empezase a leer las primeras páginas.

Pero no ha habido ninguna otra novela publicada entre las que he citado, y sin embargo ahora que termino “Berta Isla” (2017) se me ha difuminado esa sensación de libro fantasma: es como si ya la hubiera leído antes, como si fuera la novela que me faltaba. Porque contiene todos los elementos e intrigas que Javier Marías ya había utilizado antes.

Más de lo mismo
Pero no podemos culpar a Javier Marías si somos nosotros, los lectores, los que hemos depositado en él nuestras expectativas y nos las ha frustrado. Esto es algo similar a los celos en las parejas, sólo es responsable quien los padece y por lo tanto es quien debe gestionarlos (si no hay engaño: todo puede entenderse, menos las mentiras).

Y sí, Javier Marías lleva unos años repitiendo las fórmulas que le funcionan. Exceptuando aquella publicación oportunista de 2016, “El Quijote de Wellesley” que es mejor olvidar. En “Berta Isla”, la voz narradora principal vuelve a ser la de una mujer (esto no ocupa toda la novela, sin embargo, pero sí buena parte) pero eso ya a nadie sorprende. Una mujer sometida a su relación conyugal cuyo papel es total y absolutamente pasivo, he de añadir. En ningún momento se convierte en un personaje interesante que actúe y dibuje los límites de su propia vida: es como un fantasma que deambula.

Tenemos de nuevo un conflicto de pareja heterosexual y costumbrista en casi todo, con terceras personas y enredos. También personajes bilingües, de clase alta, Oxford-Londres-Madrid, mediados de siglo XX, los Servicios Secretos británicos MI5 y MI6 a los que perteneció en el pasado Sir Peter Russell (1913-2006), viejo amigo de Marías y en cuya biografía tanto se basó y tanto le usó como protagonista, con su nombre o cambiado (Sir Peter Wheeler, aparece también en “Tu rostro mañana” y en “Todas las almas”)... todo lo que ya conocíamos.

Más cosas que ya ha utilizado antes y ya conocemos: personajes secundarios que ya han aparecido de alguna manera en otros libros y a los que se hace un guiño (el pediatra amante, pero hay más); las consabidas digresiones propias del estilo de Marías, largas reflexiones sobre la influencia vitalicia de los actos que llevamos a cabo siendo jóvenes, despreocupadamente, etc. Sin embargo, algo que me gustaba y esta vez me ha fallado, es la también vieja costumbre de tomar fragmentos de las obras de Shakespeare como títulos de los libros.

Pero sin duda, lo más impactante es que ya conocíamos incluso el argumento de “Berta Isla”. Cuando se publicó “Los enamoramientos” en 2011, algunas tiradas incluían un pequeño ejemplar, un cuento largo o novela corta de Honoré de Balzac titulado “Coronel Chabert” al que se hacía referencia y que daba pie a continuas reflexiones sobre cómo nuestro entorno nos borra una vez hemos muerto, y sobre la imposibilidad de regresar para ocupar un lugar del que ya se te ha excluido: una paradoja interesante que daba lugar a largas digresiones.

Pues bien, “Berta Isla” copia exactamente ese argumento, cambiando a los personajes y añadiendo todos esos elementos que ya hemos citado y que se vienen repitiendo en las últimas novelas de Marías desde hace unos años. Por así decirlo, es como si Marías se hubiera obsesionado con esa historia y hubiera querido hacerla suya; como si le gustara tanto, tanto, que no fuera capaz de aceptar que no se le hubiera ocurrido a él antes (y cómo se le iba a ocurrir, si Balzac murió en 1850) y hubiera necesitado escribirla de nuevo. Todo esto es un poco extraño, y por qué no, decepcionante.

A favor de Javier Marías: técnica y recursos literarios
No obstante, también encontramos la prosa fluida y amable del Javier Marías que añoramos sus lectores más fieles; consigue que nos atrape la trama y queramos desvelar el enigma que nos plantea ya en la primera frase, qué demonios pasa con el marido de Berta. También y quizá sin pretenderlo, hace que nos planteemos muchas cuestiones importantes que se derivan de la trama, como lo es por ejemplo la del apego. Existiendo miles de humanos, Berta se obsesiona solo con uno, quien además le ofrece solo una cara que ya ni él mismo sabe si es falsa, y le oculta todas las demás facetas de su vida, le oculta casi todo. Y así lo que vive Berta (la opresión, las dudas, los fantasmas y miedos que generan el hermetismo de su marido), bien puede ser una alegoría del enrarecimiento del comportamiento de una pareja infiel si llevamos este caso a la vida real (no es lo más habitual que tu pareja sea espía de los servicios secretos británicos).

Otro detalle a su favor son esas pinceladas que encontramos diseminadas a lo largo del texto y que hacen referencia directa a fragmentos de novelas anteriores. Son muchas. Pero hay que saberse la obra de Marías casi de memoria para captarlas, eso sí. Pero están y es un juego literario hermoso que siempre usa, me gusta encontrarlas. Me refiero a guiños como la polvareda de los pies que van huyendo que aquí aparece puntualmente y que fue la frase final de “Los enamoramientos” y se dice también alguna vez más a lo largo de la misma novela; u otros como éste, que procede de “Mañana en la batalla piensa en mí”:

p.385 Cuánto miedo habrás tenido. Cuántas infamias habrás cometido, cuánto habrán pesado como plomo sobre tu alma y te habrán herido como hierro afilado.

Ese “como plomo sobre tu alma” procede de:

“Mañana en la batalla piensa en mí, y caiga tu espada sin filo: desespera y muere. Pese yo mañana sobre tu alma, sea yo plomo en el interior de tu pecho y acaben tus días en sangrienta batalla: caiga tu lanza. Piensa en mí cuando fui mortal: desespera y muere”.

Es una maldición shakespereana parafraseada que ha dado lugar a una buena cantidad de títulos en la bibliografía de Marías, y que aparece con más frecuencia en la novela “Mañana en la batalla piensa en mí”, sola o acompañada de otras frases intercaladas: son los mensajes que le transmiten al Rey Ricardo III (Escena III, Acto V) los fantasmas de las personas a quienes ha matado, la noche anterior a una batalla, para que en ella los recuerde, le atormenten, y muera él mismo de una vez por todas.
También tenemos, para mi regocijo, referencias intelectuales que añaden una reflexión y a través de las cuales compruebo que el espíritu del Javier Marías escritor e intelectual sigue vivo y aún nos puede dar grandes alegrías (aunque "Berta Isla" no sea el caso):

p.404 En mis clases había tenido que enseñar a Faulkner (superficialmente), y leí que en una ocasión, al preguntársele por qué sus frases eran tan largas, tan kilométricas, tan interminables, había contestado: “Porque nunca estoy seguro de continuar vivo para comenzar la siguiente”, algo así. 
Quizá a mí me pasaba lo mismo con aquel paréntesis infinito: si lo cerraba temía morir, o mejor dicho, temía matar. Matar definitivamente a Tomás.

“Berta Isla”, entre otras cosas, transmite ese amor por el Madrid de los Austrias tan presente en la obra de Marías: las calles del centro, el rumor de los árboles y el vaivén de las ramas visto desde el balcón de la casa para regocijo de los pocos privilegiados que pueden permitirse vivir en ese área (escena también recurrente en “Mañana…”).

La trama, que en un momento cambia de rumbo y parece traicionarse a sí misma (ojalá no hubiera estado solo basada en Balzac y ofreciera una vuelta de tuerca, no es el caso), finalmente consigue redondearse retomando elementos del inicio que aportan nuevas luces, resuelven cabos sueltos y dan forma al conjunto.

Conclusiones finales
Sobre la cuestión de plagiarse a sí mismo y darnos un refrito de novelas anteriores: quizá el problema de Marías es que se ha puesto un listón exageradamente alto, no puede darnos un “Corazón tan blanco” cada vez, pero qué hace: se pone al nivel o hace una retirada silenciosa a tiempo. Es complicado, quienes le seguimos queremos más publicaciones y ya gestionaremos en la intimidad las decepciones, a mí me vale con que deje de coquetear con la teoría feminista en sus artículos de opinión.

Me pregunto por qué en las dos fotografías del libro (la modelo de cubierta, y el autor en la solapa interior) aparecen fumando los retratados (Marías sin humo que le oculte parte del rostro, pero sí parte de él en tinieblas, la iluminación pésima). Sin ánimo de puritanismo (allá cada cual), las imágenes transmiten suciedad debido a este elemento, si un lector cualquiera está curioseando las cubiertas de las mesas de novedades de una librería y por sí mismo el nombre de Marías no le dice nada, será difícil que se acerque a este libro, el diseño no es atrayente.

Teniendo en cuenta todos los puntos a favor y en contra que he desgranado, también hay que añadir algo más. Y es que “Berta Isla” recupera al Marías relajado que se regocija en todo aquello que le gusta y sabe que le funciona. Es un alivio en el sentido de que la anterior novela, “Así empieza lo malo”, nos transmitía a un Marías triste, furioso y vengativo que utilizaba la literatura (la herramienta a su alcance) para hacer una justicia retrospectiva contra los crímenes franquistas y las injusticias que se cometieron contra su padre y su entorno intelectual más cercano. Aunque eso sea algo que pese sobre el alma del autor y que irremediablemente siempre vaya a estar ahí de alguna manera solapada (y sobre lo que tiene todo el derecho a dejar constancia, y de hacer justicia), en “Así empieza lo malo” era exagerado y casi desplazaba a la literatura como arte, para convertirla en arma arrojadiza.

“Berta Isla” es una buena novela, en fin, si se la toma aislada, independiente, si no se la relaciona con el resto de obras del mismo autor de la que es tan deudora. Sin embargo, para quienes asistimos a la obra de Marías como a un todo interrelacionado, se trata de una pieza menor en comparación a otros grandes hitos, así como disminuida a la fuerza por culpa de su carencia de elementos novedosos; por cruzar la línea de lo aceptable a la hora de tomar préstamos de otros libros anteriores, propios y ajenos. El debate está servido, lean y saquen sus conclusiones, pero sobre todo disfruten de la lectura.

lunes, 16 de octubre de 2017

Los sentidos del sujeto_Judith Butler


"Los sentidos del sujeto" (Herder: Barcelona, 2016), es una colección de ensayos cortos que giran en torno a la función de las pasiones en la formación del sujeto desde un punto de vista fundamentalmente filosófico. Se trata de siete textos escritos entre 1993 y 2012 (bastante desactualizados por tanto, en la introducción se indica que la autora ha modificado, para esta edición, aquellas partes en las que actualmente ya no estaba de acuerdo con lo que había expresado) en los que Judith Butler (Cleveland, EEUU, 1956) critica los aspectos de varios autores con los que no está de acuerdo (Descartes, Marleau-Ponty, Spinoza, etc.), pero va más allá y también hace críticas de otras críticas (de Irigaray sobre Marleau-Ponty, de Kierkegaard contra Hegel, etc.). Entretenido, cuanto menos. No es una lectura fácil (a lo largo de párrafos y párrafos le da vueltas y más vueltas a conceptos muy concretos aportando pequeños cambios de puntos de vista y el lenguaje es muy académico) pero resulta enriquecedora y nos invita a pensar hasta qué punto el exterior afecta en la formación del sujeto, que es impresionable y vulnerable.

Judith Butler es autora de referencia en estudios de género, estableció las bases en sus libros más conocidos como "El género en disputa" (Paidós, 2001), "Cuerpos que importan" (Paidós, 2008), "Cuerpos aliados y lucha política" (Paidós, 2017) ó "Deshacer el género" (Paidós, 2008), pocos ensayos feministas actuales no la citan en algún momento. Algunos fragmentos brillantes de "Los sentidos del sujeto":

p.88 (...) los más variados actos de aparente autodestrucción tienen algo de persistente y de potencial autoafirmador de vida.

*

p.99 Mientras que el duelo parece versar sobre la pérdida de un objeto —la pérdida consciente de un objeto—, los melancólicos no saben qué lamentan. Y en algún punto se resisten a reconocer esta pérdida. Como resultado, padecen la pérdida como una pérdida de conciencia, es decir, de un yo cognoscente. Si este conocimiento es el que afianza al yo, este yo también se pierde, y la melancolía se convierte en un lento desfallecimiento, un deterioro potencialmente suicida. Este deterioro tiene lugar por medio del autorreproche y la autocrítica, y puede tomar la forma del suicidio, es decir, del intento de anular la propia vida debido al desprecio que se siente por esta.

*

p.161 Nos podríamos preguntar si no hay más alternativa que la fe o la desesperación. Según Kierkegaard, así es. La mayoría de los seres humanos viven en la desesperación, y ni siquiera saben que están desesperados. En realidad, el hecho de ignorar la propia desesperación es un síntoma de desesperación. La persona que ignora que tiene ante sí una tarea, que debe librar una batalla por afirmar su yo de este modo tan paradójico, se basa en una serie de suposiciones sobre la solidez de su propia existencia que permanecen sin cuestionar y, por lo tanto, al margen de la dificultad de la fe. Así que parece que existe otro camino hacia la fe que no es el de la desesperación. Pero para Kierkegaard, la fe no provee una solución a la paradoja del yo. De hecho, no hay nada que pueda proporcionar tal solución. El yo es una alteración, un constante ir de aquí para allí, una paradoja viva, y la fe no detiene ni resuelve esa alteración convirtiéndola en un todo armónico o sintético. Al contrario, la fe es precisamente la afirmación de que no puede haber solución. Y puesto que la "síntesis" representa la solución racional de la paradoja, y esta no se puede resolver, de ahí se sigue que la fe emerge precisamente en el momento en que la "síntesis" se demuestra una solución engañosa. Digamos que esta sería la última de las burlas de Kierkegaard a costa de Hegel.

*

p.193 ¿Y cómo funciona en la relación ética entre los sexos que Irigaray imagina y promueve y que entiende como el eje del proyecto de la filosofía feminista? Recordemos que, según ella, universalizar una norma, o sustituir una por otra, serían ejemplos de un procedimiento ético que presupone una posición simétrica de hombres y mujeres en el lenguaje. De hecho, si las mujeres y los hombres se ubicaran simétrica o recíprocamente en el lenguaje, entonces la reflexión ética consistiría en imaginarse a uno mismo en el lugar del otro y en extraer un conjunto de reglas o prácticas a partir de esa sustitución imaginada o imaginable. Pero en el caso de que hombres y mujeres se ubiquen asimétricamente, el acto de un hombre de sustituirse por una mujer en un esfuerzo por lograr una igualdad imaginada se convierte en un acto por el cual el hombre extrapola su propia experiencia a expensas de la propia de cada mujer. En este escenario, según Irigaray, el acto por el cual un hombre se sustituye por una mujer se convierte en un acto de apropiación y borrado; el procedimiento ético de la sustitución, pues, queda reducido, paradójicamente, a un acto de dominación. Por otro lado, si una mujer, desde su posición subordinada en el lenguaje, se sustituye por un hombre, esta se imagina a sí misma en una posición dominante y sacrifica su sentido de la diferencia respecto a la norma. En tal caso, el acto de sustitución se convierte en un acto de autoborradura o autosacrificio.
Podríamos concluir que, para Irigaray, dada su perspectiva, según la cual hombres y mujeres ocupan una posición asimétrica en el lenguaje, no puede haber relación ética.

*

p. 246 El "tú´" es anterior al nosotros, anterior al vosotros y anterior al ellos. Es sintomático que el "tú" sea un término que no encuentre un lugar en los desarrollos modernos y contemporáneos de la ética y la política. Las doctrinas individualistas ignoran al "tú", porque están demasiado preocupadas por enaltecer los derechos del yo, y el tú queda oculto en una forma de ética kantiana que solo es capaz de poner en escena un yo que se dirige a sí mismo como un "tú" conocido. El "tú" tampoco encuentra su lugar en las escuelas de pensamiento a las que se opone el individualismo, escuelas que, en su mayor parte, se ven afectadas por un vicio moral, que, para evitar caer en la decadencia del yo, evita la contigüidad del tú, y privilegia lo colectivo, los pronombres en plural. De hecho, muchos movimientos revolucionarios (que van del comunismo tradicional al feminismo de la sororidad) parecen compartir este curioso código lingüístico basado en una moralidad intrínseca de los pronombres. El nosotros siempre es positivo, el vosotros es un posible aliado, el ellos muestra el rostro del enemigo, el yo es indecoroso, y el tú, por supuesto, es superfluo.


miércoles, 11 de octubre de 2017

QUIÉRETE UN POCO, JODER


Te quiero no nos compromete a nada,

pero calienta el corazón y tira hacia arriba

de los hilos que sostienen las comisuras de los labios.

Simplemente informa de una realidad,

como haría el periodismo objetivo si existiera.

Hace que le pongamos un plato a la belleza en la mesa

y que nos sintamos abrazados a distancia.

Te quiero jamás debería implicar

arrojar todo Disney sobre la cabeza de nadie.

Te quiero no debería ser tabú.

Amar tu identidad no debería ser tabú.

Amar a otre independientemente de su identidad,

no debería ser tabú.

Amar y no follar no debería ser tabú

y follar sin amar no debería ser tabú.

Ya sé que el amor no tiene nada que ver con este insomnio.

Conozco mi lugar en la lista de prioridades,

lo sé todo sobre el egoísmo y las verdades a medias,

tengo la mano sobre el picaporte de la puerta de atrás.

Me enjuago los ojos y leo en el espejo:

quiérete un poco, joder, quiérete un poco.


Del texto: 
© Todos los derechos reservados - Mar López, 2017

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