jueves, 6 de julio de 2017

Juntemos las tribus - Carolyn Forché


Carolyn Forché (Detroit, Michigan, 1950) publicó este primer poemario de juventud cuando tenía 24 años y con él ganó el Premio de la Universidad de Yale a Jóvenes Poetas. Cuenta con el apoyo de Joyce Carol Oates y su obra muestra un fuerte compromiso político y social, aunque en este poemario se centra en otros temas, como veremos.

La traducción de este poemario, en edición bilingüe, corre a cargo de Claribel Alegría y Llillian Levy, y no encontramos ningún prólogo introductorio que nos hable de la obra de Forché, algo poco común en los tiempos que corren y que sin duda se agradece bastante. El universo prólogos, con su larga estela de favores, resulta agotador, pocas veces son necesarios.

La quema de los gusanos del tomate

En este volumen, la poética de Forché es muy narrativa. Presenta ese tipo de poemas libres que transforma las frases en versos a fuerza de economizar palabras y reordenar las pocas elegidas de forma que entre ellas exista cierto ritmo interno; así, ya solo falta seccionar las frases y ordenarlas en forma de columna para dar lugar a un poema. También encontramos unos pocos textos planos, muy líricos pero sin la apariencia formal de poema. Hay menos metáforas que imágenes explícitas.

“Juntemos las tribus” se divide en tres partes de extensión similar. En la primera, “La quema de los gusanos del tomate”, Forché pone en orden sus recuerdos y lo que podrían ser los recuerdos de sus antepasados, dando lugar a una suerte de poesía autobiográfica, o balance póstumo de algunas situaciones que recuerda.

Son poemas que evocan situaciones domésticas propias de otras generaciones, y que, sin estar ya presentes ni ser válidas en la actualidad, de alguna manera siguen conformando el acervo cultural de la autora. Por ejemplo, suenan ecos machistas y heteropatriarcales en el discurso sumiso de su abuela:

Crió a mi padre y a otros nueve
en un país ajeno
Búscate un hombre bueno
cásate
no hay nada más

Canto que se avecina
En esta segunda parte, que es la que más me ha gustado, encontramos otro tipo de poemas. Quedan a un lado las cuestiones domésticas, el trabajo en la casa y el campo, las estructuras sociales, etc. Aquí hay sobre todo poemas dedicados a la Naturaleza y recuerdos de juventud. Tenemos incluso un poema epitafio e invocaciones a los seres vivos, cantos a los ríos y las montañas, la descripción de un rito antiguo en una comunidad, etc. Este apartado es el más evocador en ese sentido, con ecos de folk nórdico.

CANCIÓN DEL LLANO
Cuando suceda, deja que vengan los pájaros.
Deja que caigan mis manos, no me las cruces.
Y desnuda entre el pelo que crece sobre los muertos,
ata las plumas de las doncellas.

Tápame los ojos con dos monedas, cúbreme
la cabeza con las cestas de maguey
que han acarreado agua.

Traigan los tambores de batea  bailen.
Quémenme con una rama de mezquite
y pónganse de collar
mis huesos.

El lugar que se teme yo lo habito
En esta tercera y última parte encontramos otro puñado de poemas de temática diferenciada. Son textos a veces domésticos (que ya no se centran tanto en el pasado y los recuerdos, sino en el presente de la autora), a veces carnales, que sin ser sexuales sí incluyen algunas referencias a pinceladas sobre su orientación bisexual. En conjunto, estos poemas son un estallido de vida y energía, que dejan el pudor en la entrada y caminan descalzos y seguros.

(…) Cuchareo la manteca, la vierto sobre la leche caliente, le agrego sal, finalmente bato la mezcla con una cuchara, cuando mamá no está, como ahora, puedo pensar. Puedo mirar el campo donde Joey disparaba contra los fardos de heno, donde yo lo espiaba, me valía de cualquier pretexto para salir. ¿Qué deseaba yo en ese entonces? Cómo pensaba yo por las noches en algún hombre sin rostro, luego bajaba yo las manos hasta agarrar el cuenco de mi coño, mis manos pequeñas, mi cuerpo plano. Las cortinas henchidas, el mosquitero abierto de par en par. Oscuro, los montículos del edredón subiendo y bajando, la cama chirriante se remecía. Me da trabajo dormir, sabiendo que debo ocultar lo que estoy haciendo, sin saber qué es. Al principio sólo tenía que desnudarme para él, me daba vergüenza. Los grillos hacían chirriar sus patas en las flores. Estaba atada. Estaba exprimida, golpeada, vendida, me metían los dedos, me hacían girar colgando de una cuerda. Tengo que hacer esto o me muelen como carne o como forraje para caballos. Las noches olían al aliento de las vacas. Retiraba mis manos y dejaba que el viento me limpiara. Figuraba la almohada para que pareciera el pecho de Joey y me dormía. Bato la masa con los puños, vuelvo a estirarla hacia mí, la punzo y vuelvo a espolvorearla con harina.

No conocía a Carolyn Forché y este poemario me ha dejado muy buen sabor de boca. Quizá técnicamente no son los mejores poemas que podemos encontrar en las mesas de novedades de las librerías; si a veces parece atrevida, desde luego nunca es exhibicionista. En todo caso, se trata de una forma de literatura honesta y en absoluto presuntuosa, muy recomendable.
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