martes, 17 de mayo de 2011


Las letras se escapaban por las ventanas, las calles se inundaron de palabras que resquebrajaban el pavimento. La biblioteca había entrado en erupción.

"Aranmanoth" - Ana María Matute


"Hijo mío, no ames como aman los humanos".

A veces es muy aconsejable (y a veces se hace imprescindible) dejarse llevar por la fantasía, abandonando los límites de la realidad y aceptando con naturalidad todo lo que nos encontremos más allá de esas fronteras.

Por eso, Aranmanoth es un oasis para refugiarse de la tonalidad gris y opresiva del mundo real, una historia fantástica para adultos a medio camino entre el cuento largo y la novela corta. Una delicia, en todo caso.

Ambientación medieval, un hada de agua, un caballero y un niño cuya existencia se encuentra dividida entre la naturaleza humana y la fantástica... ¿qué más se necesita para dejarse llevar?

No obstante, y a pesar de que en principio se trata de un cuento fantástico, es importante saber trasladar esta historia a nuestro mundo para constatar que en el fondo es una crítica social brutal que, envolviéndolo todo en ese halo fantástico, deja patente la injusticia que supone que la crueldad y la maldad sean más fuertes que la ilusión y la alegría de quienes no hacen daño a los demás y sólo quieren ser felices. En contraprestación, aquellos que se alimentan de dolor, jamás podrán tener la sensación de sentirse queridos, y ese (casi nada) es su castigo.


jueves, 5 de mayo de 2011

...nazgûl


(...) Y se vio entonces que era una criatura alada: un ave quizá, pero más grande que cualquier ave conocida; y parecía desnuda, pues no tenía plumas. Las alas enormes eran como membranas coriáceas entre dedos callosos;  hedían. Una criatura acaso de un mundo ya extinguido, cuya especie, escondida en montañas olvidadas y frías bajo la luna, había sobrevivido incubando en algún nido horripilante esta progenie última y maligna. Y el Señor Oscuro la había adoptado, alimentándola con carnes putrefactas, hasta que fue mucho más grande que todas las otras criaturas aladas; y como cabalgadura la había entregado a su servidor. Descendió, descendió, y luego, replegando las palmas digitadas, lanzó un graznido ronco, y se posó de pronto sobre Crinblanca, y le hincó las garras encorvando el largo cuello implume.

El Señor de los Anillos: III El Retorno del Rey, J.R.R. Tolkien
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